Presentación online: «Lo que el Espíritu ha unido» de José Cristo Rey G. Paredes
11 de diciembre a las 19,00hs (hora de España)
Zoom:https://us02web.zoom.us/j/85602883073pwd=Q3ZIbnFpZG1KTEFBMzZCajlJSERLdz09
¿Por qué ha escrito sobre el tema de matrimonio? ¿Tiene este libro recién publicado continuidad con el que también dedicó al matrimonio -‘Lo que Dios ha unido’- de hace unos años?
En mis últimos 25 años mi foco de atención teológica ha sido “la teología de las formas de vida cristiana”: no solo de la vida consagrada, también la vida matrimonial y familiar, también el ministerio ordenado y los ministerios eclesiales y ministerios del Reino de Dios. He denominado este estudio e investigación “eclesiología existencial”. Tengo la convicción de que esta realidad de las formas estables de vida cristiana es fruto de la visión teológica del Concilio Vaticano II, proseguida por los diferentes sínodos de las formas de vida cristiana (matrimonio, laicos, vida consagrada, ministros ordenados). Y creo que en este momento es importante continuar investigando en esta eclesiología existencial y descubrir cómo se interrelacionan y complementan. Todas las “formas de vida cristiana están interconectadas”. Hablar de “estados de vida” nos puede llevar a pensar en grupos cerrados en sí mismos, con fronteras e incluso desconectados. Pero, ¡no!, formamos un cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Cada forma de vida tiene su estabilidad y sus características, pero en la interrelación mutua se enriquecen, se transforman. Esta preocupación fue la que me llevó a escribir después de los tres volúmenes titulados “Teología de las formas de vida cristiana” (Publicaciones Claretianas, 1996-2000), el volumen titulado ‘Lo que Dios ha unido. Teología de la vida matrimonial y familiar’ (Ed. San Pablo, 2006). En este libro presenté la fundamentación bíblica e histórica de la alianza matrimonial, junto a una actualización del tema del matrimonio acorde con los primeros años del siglo XXI; en él ofrecía también un itinerario espiritual y sacramental para los matrimonios, desde el momento vocacional hasta la experiencia del “nido vacío” o la viudez. Han pasado, desde entonces, casi quince años y he sentido la necesidad de abreviar aquella reflexión, de actualizarla aún más y, sobre todo, tener en cuenta hechos nuevos como las dos sesiones sinodales dedicadas al matrimonio y la familia y la exhortación apostólica del papa Francisco “Amoris Laetitia”. Y parto de la convicción de que hoy es posible transmitir a la pareja y a la familia una buena noticia: el Evangelio del matrimonio y la familia del siglo XXI. La perspectiva que tomo es pneumatológica: de ahí viene el titulo “Lo que el Espíritu ha unido”. El Espíritu se sigue derramando sobre toda carne: “y serán los dos una sola carne”. También hoy es Pentecostés: allí donde hay matrimonio y familia, allí está actuando el Espíritu. Es el Espíritu del amor y de la fecundidad creadora. El Espíritu llena la tierra. Está presente y actúa por doquier, supera todas las fronteras, sobrepasa todos los prejuicios. Donde hay amor allí está el Espíritu de Dios.
Paralelamente a su trabajo, el magisterio de la Iglesia se ha ampliado en estos nuevos tiempos bajo el pontificado de Francisco
El papa Francisco ha mostrado una especialísima sensibilidad ante el tema del matrimonio y la familia. El debate y discernimiento sinodal ha permitido una mayor profundización y ha abierto nuevos horizontes. Los trabajos sinodales se iniciaron con la recogida y clasificación de una extensa información, proveniente de todas las diócesis de nuestro planeta y a la cual respondieron ministros ordenados, laicos y miembros de la vida consagradas. Quienes participaron en las sesiones sinodales hablaron abiertamente y trataron de ofrecer claves de discernimiento en el Espíritu. El Papa Francisco pudo así elaborar su exhortación apostólica post-sinodal ‘Amoris Laetitia’. En mi nuevo libro he intentado trazar la trayectoria del magisterio conciliar y posconciliar en un capítulo que he titulado “Desde el relato sublime al real”. ‘Amoris Laetitia’ nos marca una trayectoria recorrida, pero también un camino por recorrer. Me resulta especialmente impactante el hecho de que la exhortación apostólica se centre en la Alegría del Amor, en el matrimonio y la familia como espacio de felicidad y de comunión amorosa; pero también me impacta la visión del matrimonio y de la familia como “camino”, como “proceso”; y esto me indica que no basta hablar del matrimonio como un estado perfecto encaminado hacia una meta sublime: sino como una semilla que ha de germinar, dar sus frutos y defender de la intemperie. Para ello es necesario comprender y acompañar los procesos, que en esta humanidad son tan diferentes e inesperados.
Cuando Jesús habló del matrimonio del “principio, que no fue así”, de los niños -de quienes es el Reino de Dios- y de los eunucos por el Reino de Dios (Mt, 19) nos ofreció un marco de comprensión extraordinario e inesperado. Si Jesús habló del matrimonio y de la familia no fue para reafirmar los valores tradicionales tal como se entendían y vivían en su tiempo. Cuando Jesús dijo “Al principio no fue así” no solamente hablaba del “proyecto originario del Creador”, sino también de la meta escatológica, o dicho más fácilmente, situaba el matrimonio y la familia en el contexto utópico del Reino de Dios, donde Dios une, actúa sobre la pareja: ¡un biosistema de absoluta novedad: ¡el Reino de Dios! Por eso, he titulado otro capítulo así: “El relato utópico de Jesús”. Y aquí viene la razón del título que he escogido: ¿cómo Dios une? ¿a quienes une Dios en nuestro tiempo? Y si Dios une por medio de su Espíritu, bien podemos hablar de “Lo que el Espíritu ha unido, une, unirá”. La sacramentalidad de la Iglesia expresa esta realidad, la simboliza, pero no la agota. Hay millones de matrimonios y parejas en fecundidad creadora -dentro de la humanidad actual- que indudablemente Dios ha unido y sigue uniendo, aunque no pertenezcan a las comunidades cristianas, porque sí pertenecen a su Reino o Reinado. Hoy nos seguimos preguntando: ¿qué es lo que el Espíritu Santo está uniendo? Podríamos así abrirnos a respuestas sorprendentes.
¿Y cuáles son esas respuestas?
Me refiero a tantas cuestiones que la gente se plantea hoy y que no pocos parlamentarios de las naciones intentan responder con su capacidad legislativa. Las fricciones de la Iglesia con la sociedad política, cuando se tratan temas como el divorcio, la diversidad y tendencia sexual, la moral… están ahí, a la orden del día. No debemos olvidar que todavía persiste la revolución sexual que se inició con tanta virulencia en los años 60 y 70. A esa situación me refiero en el capítulo primero que he titulado “El relato contemporáneo: luces y sombras”. Juntamente con esta revolución sexual, la iglesia se ha visto afectada por escándalos sexuales y abusos por parte incluso de quienes hacen en ella profesión de celibato y castidad. A lo cual las sociedades le han ido dando una insobornable publicidad y los tribunales de justicia las sanciones debidas. La estricta moral sexual predicada, se ha visto contradicha por conductas opuestas y ha perdido credibilidad. No intento -en mi libro- justificar la situación que vivimos, pero sí descubrir por qué caminos podemos hoy anunciar el Evangelio del Matrimonio y la Familia, como aquello que el Espíritu Santo está llevando a cabo. La virtud de la castidad debe ser reactualizada en un tiempo de idolatría del sexo o de una sexualidad fuera de control. Hoy la teología se hace preguntas y acoge las preguntas de la gente, aunque no se sienta todavía capaz de responder a todas. Sí están apareciendo claves interesantes de respuesta: ¡la encíclica ecoteológica “Laudato Si’” nos invita a recuperar la teología o mejor, el Evangelio de la Creación y también la última encíclica del papa Francisco “Fratelli tutti” nos interpela para redescubrir la fraternidad y sororidad! Y, a mi modo de ver, como fundamento de todo, la clave pneumatológica: el Espíritu Santo como aquel que hace contemporáneo a Jesús y a sus enseñanzas.
El papa ha incidido en el papel de la conciencia, pero se han oído voces incluso desde dentro de la Iglesia que han dado a entender que ésta no resulta suficiente y han demandado más claridad.
Hablar de la conciencia es “algo muy serio”. La conciencia humana es el elemento más rico de nuestra persona. El filósofo Heidegger decía que la conciencia es como una voz que nos llama hacia lo más auténtico de nosotros mismos; y santo Tomás de Aquino identificaba esa voz con la voz de Dios. Para el Concilio Vaticano II, en nuestra conciencia resuena la voz de Dios. Por eso, recurrir a la conciencia es plenamente justificado: Dios habla a cada uno de forma absolutamente personal. En “Amoris Laetitia” el papa expresa su decisión de “dar espacio a la conciencia de los fieles, que tantas veces responde lo mejor posible al Evangelio en medio de sus limitaciones y pueden llevar adelante su propio discernimiento en situaciones en las que se rompen todos los esquemas”. Y el papa añade: “Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a la pretensión de sustituirlas” (AL, 37). Y esto puede ocurrir cuando los esposos, después de haber sido muy generosos en la transmisión de la vida, su propia conciencia los orienta a la decisión de limitar el número de hijos por motivos suficientemente serios y siempre por amor a esta dignidad de la conciencia” (AL, 42). Incluso el papa habla de “ampliar la conciencia que no es destrucción del deseo, sino su dilatación y su perfeccionamiento” (AL, 149). Las referencias del papa Francisco a “la conciencia” dentro del camino de la vida matrimonial -en situaciones complicadas, como por ejemplo un segundo matrimonio- son importantes (AL 300. 303).
“Lo que el Espíritu ha unido”, con todo, no es una obra clasificable como de teología moral, sino más bien de pneumatología o teología del Espíritu. Por eso, no me he detenido en este tema -que, por otra parte, como has puesto de relieve en tu pregunta- es muy importante.
De todas formas, yo añadiría que la voz de la conciencia, como voz de Dios, resuena también en personas marcadas por la biodiversidad humana. Y que también en ese caso la formación de la conciencia supone un sistema antropológico y teológico serio y abierto. Existe una humano-diversidad que estamos descubriendo cada vez más, y si abrimos los ojos a ella observamos que no todo es perversión en las aparentemente diferentes respuestas de la conciencia. En este proceso evolutivo descubrimos que hay formas de emergencia de lo humano que no eran lo que pensábamos. Por otra parte, también sucede en nuestra Iglesia que existen quienes hablan de la familia, de un único modelo de familia. Otras voces nos hablan de las familias. Y el lenguaje no es inocente. Hablar de las familias nos coloca en otra clave, la del pluralismo, de las diferentes opciones.
¿Y cómo podemos repensar todo esto? ¿qué es lo que el Espíritu Santo une o no une de verdad?
Yo creo en el matrimonio como un “camino”, y así lo explico en la segunda parte de mi libro que titulo “El Espíritu del camino”. Un camino donde hay una meta, pero también una trayectoria previa de aprendizaje desde lo “todavía no” perfecto hasta el ideal soñado y diseñado por el Creador. En este camino hay etapas: la primera es el encuentro y el enamoramiento; después viene la etapa celebrativa, donde el amor se socializa, se celebra religiosamente, sacramentalmente, para mostrar su misteriosa trascendencia. Llega luego la larga etapa de la maternidad-paternidad, de la educación y acompañamiento. Posteriormente, llega la etapa del ‘nido vacío’ y finalmente la etapa de la “viudez”… Dos capítulos del libro atienden a este camino: “Vocación dual y celebración litúrgica” y “¡Haced de vuestra casa una Iglesia!”. En este punto hablo del paso del “no-lugar” hacia la construcción de un “lugar de identidad”, una auténtica “oikós”, para proseguir el camino hacia la morada y la comunidad redentora y transformadora. Recurriendo a santa Teresa de Jesús -y aplicado al camino esponsal y familiar- se puede hablar de cómo recorrer el camino hasta la séptima morada, o la experiencia del cielo en la tierra. Es el momento místico de la pareja y la familia. Así acontece la “iglesia doméstica”. De esto pueden dar testimonio parejas que -al final de su vida- llegan a la gran unión. Decía Unamuno que al final de su vida había conseguido identificarse tanto con su esposa, que acariciarla a ella era como acariciarse a sí mismo.
Efectivamente, la Exhortación ‘Amoris Laetitia’ pide a los matrimonios ir en camino, codo a codo.
Con frecuencia los matrimonios de nuestro tiempo recurren al “counseling”: necesitan ser aconsejados. En mi libro mantengo la idea de que es el Espíritu Santo el principal acompañante y consejero de la pareja. Por eso, podría describir mi propuesta como intento de pneumatología del matrimonio y de la familia. La misión del Espíritu Santo -enviado por el Padre y Jesús resucitado- es, ante todo, una misión de presencia activa y transformadora. El Espíritu Santo llena la tierra, ha sido derramado en los corazones, está presente en cada pareja, en cada familia. Y el Espíritu recibe la misión de recordar todo lo que Jesús dijo en otro tiempo y haciendo el Evangelio “contemporáneo”. Gracias al Espíritu Jesús es nuestro contemporáneo (en su Eucaristía, en su Palabra). El Espíritu nos lleva hacia la verdad completa. Entrando en este dinamismo del Espíritu, Jesús nunca resulta arqueológico, sino contemporáneo. El Espíritu es el hermeneuta, el intérprete de Jesús, también hoy. Y el Espíritu actúa también en el santuario de la conciencia de cada ser humano. Además de Consejero, el Espíritu es dador de carisma, es energizador y hace posible en nosotros lo que al parecer sería imposible.
El papa Francisco es muy sensible a esta pneumatología o tratado del Espíritu Santo. Ya lo demostró en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, en donde multitud de veces se refiere al Espíritu Santo como el gran protagonista de la Evangelización hoy. Lo sigue demostrando en las encíclicas ‘Laudato Si’’, y ‘Fratelli Tutti’… Las repercusiones de la teología del Espíritu Santo -en clave trinitaria- nos ofrece el paradigma de pareja, matrimonio y familia que Dios sueña para nuestro tiempo dentro de esta maravillosa humano-diversidad, que se añade a la extraordinaria bio-diversidad que hoy tanto defendemos. Por aquí va el Evangelio para el matrimonio y la familia del siglo XXI. La ética desde la perspectiva del Espíritu y -obviamente discernimiento de espíritus- nos lleva a descubrir la “nueva fidelidad”, “la nueva monogamia”. En esta línea se muestran teólogas y teólogos casados que hacen ver cómo la pareja y la familia puede ser paradigma de comunidades redentoras y transformadoras de la sociedad. Dedico la tercera parte de mi libro a la inspiración ética. Y allí dedico un capítulo a la “especie deseante y procreante” (¡descubrir el matrimonio en el contexto de la especie!) y otro capítulo a la fidelidad a la Alianza, en el cual abordo el tema de la promesa, la nueva fidelidad y la nueva monogamia.
¿Cuál es la misión del matrimonio para la misma Iglesia?
Lo importante no es aquello que el matrimonio y la familia hacen por Dios, sino –más bien– aquello que Dios hace y desea hacer por medio de la familia para el bien de la humanidad y de la creación. Lo que Dios hace a través de su Iglesia, porque Dios es el gran protagonista de la Misión; y lo es, por supuesto, en la Iglesia doméstica.
La pareja es pro-creadora. El calificativo de “pro-creadora” coloca a la pareja muy en consonancia con el Creador. La pareja genera la vida humana “en nombre de Dios-Creador”, de quien procede toda paternidad-maternidad. La capacidad procreadora y fértil no se reduce solamente a la dimensión corporal, también está abierta a otras dimensiones. La pareja recibe una misión que trasciende la función doméstica. La Iglesia doméstica está llamada a ser también “casa de Misión”; o dicho con otras palabras, a devenir el lugar donde el Espíritu actúa a través de todos los miembros de la familia y de todo lo que en ella ocurre. Así se realizará la misión educadora, la terapéutica, de cuidado, y también la espiritual. Dicen los obispos americanos en su reflexión sobre la casa cristiana: “los momentos profundos y ordinarios de la vida –comidas, trabajos, vacaciones, expresiones de amor y de intimidad, tareas domésticas, atención del niño enfermo, disciplina, gasto de dinero– todos ellos son que pueden tejer un modelo de santidad”. La familia cristiana es así la primera unidad comunitaria cristiana porque en ella todo se convierte en vehículo de la Gracia de Dios, de su Reinado.
También hay que observar la casa-misión como lugar de extroversión. La misión profética del matrimonio y de la familia, pues ellos mismos son un anuncio de Dios para la humanidad y para la Iglesia. Es anuncio para la misma Iglesia porque en la familia se forma un pequeño núcleo eclesial, llegando incluso a enseñar a la Iglesia a ser Iglesia. Podemos decir entonces que tanto amó Dios al mundo que le entregó a los matrimonios y familias. Todavía hay mucho que desarrollar en la eclesiología de la Iglesia doméstica. Hay que darles valor y descubrir que son micro-iglesia para la macro-iglesia. A esta dimensión misionera, introversa y extroversa, dedico la cuarta parte de mi libro que titulo “En Misión: Cómplices del Espíritu”.
¿Y las familias en las cuales no todos creen en Jesucristo, no todos forman parte de la misma Iglesia, donde incluso hay miembros indifererentes o ateos?
Es aquí donde intento mostrar que la familia puede convertirse en un “espacio ecuménico”, en “la casa común”, donde conviven familiarmente, las diversas creencias, religiones. Un modelo ecuménico de familia debe decir mucho al resto de familias y a nuestro mundo. El Espíritu que se hace presente en ella la irá conduciendo -a todos sus miembros- hacia la verdad completa. Actitudes fundamentalistas, sin embargo, obstaculizan la acción del Espíritu.
Por último, la iglesia doméstica debe descubrir su ritualidad cristiana, ecuménica o humana. No solo hay ritos en parroquias, también los hay en las familias. Porque los rituales generan comunidades, y cuando las familias tienen sus rituales, viven unida. Durante años la Iglesia ha repetido que familia que reza unida, permanece unida, y esto es verdad, pero deberíamos comenzar a hablar de que familia que descubra y conserve su ritualidad, permanece unida. No me parece adecuado distinguir entre matrimonios santos y profanos. A veces aquello que parece perfecto tiene ya inoculadas semillas de corrupción y lo que parece defectuoso e imperfecto, está sembrado de nuevas posibilidades. Jesús nunca juzgó por las meras apariencias. A veces hay más solidez y fidelidad en un matrimonio jurídicamente irregular que en otro que tiene todo en regla. Por eso, nos preguntamos, qué es lo que el Espíritu ha unido.