¿Populismo o «tribalismo»?

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Sin pretender haber descubierto la piedra filosofal. Sin pretensiones de establecer ninguna teoría sociológica, ni mucho menos, pretender explicar «demasiadas cosas» a partir de una presunta clave interpretativa. Sólo como hipótesis de trabajo, como pensando en voz alta, o pensando y escribiendo… En los últimos años, quizás a partir del paradigmático atentado a las Torres Gemelas en 2001 (una fecha paradigmática), estamos asistiendo a nivel mundial a un fenómeno «nuevo», aparentemente nuevo, pero quizás más antiguo e inviscerado de lo que podamos creer desde una visión superficial. Se da a niveles político-económicos, y se extiende como los hongos por territorios geográficos bien disímiles, en culturas incluso antagónicas, en sociedades opulentas y en pueblos precarios y depauperados. Se ha dejado de hablar de «globalización», que apareció como palabra clave que sintetizaba y aglomeraba todo y a todos, teórica y prácticamente. Fue la palabra salvavidas, el concepto aglutinador y mesiánico por excelencia. Hoy estamos en las antípodas de esa globalización de amplio espectro. Y nace otro concepto, cargado de contenidos, emociones, tradiciones, entidades, y muchos miedos, por cierto. Se trata del «populismo». Es el nuevo concepto clave para explicar o no, mucho de lo que va ocurriendo en el planeta. Es  el surgimiento sin cortapisas ni engaños de la ultraderecha de Marie Le Pen en Francia; el «Movimiento 5 Estrellas» y la Liga del Norte de Italia con Matteo Salvini en cabeza; Geert  Wilders, del Partido de la Libertad, recientemente derrotado pero a la vez reafirmado en las elecciones holandesas; el partido ultraderechista de los Demócratas de Suecia (SD); la extrema derecha en Austria y Bulgaria; el movimiento Pegida (Patriotas europeos contra la islamización de Occidente) en Alemania; el presidente ultraconservador y populista magiar Viktor Orbán de la Unión Cívica Húngara. Estos líderes, estos partidos, estos movimientos de los que prácticamente, aunque con diferencias señaladas, no escapa ningún país europeo en la actualidad, son considerados ultraconservadores, nacionalistas y «de derechas». Y para todos ellos el «problema de la inmigración» de países africanos y los refugiados de guerra provenientes en su mayoría, pero no solamente, de Siria, son «los enemigos a batir». Se sienten invadidos por los pueblos pobres de África  y del Medio Oriente. El rechazo visceral hacia estos «visitantes no invitados», intrusos más bien, es ampliamente conocido de todos. No quieren a «los otros», los «venidos de fuera».

Pero los «populismos», antes que ser de izquierdas o de derechas (dos conceptos más bien ambiguos) son, sobre todo, nacionalistas. Y nos encontramos movimientos y partidos considerados de izquierda con cromosomas muy similares a los de la derecha. Lo encontramos en Grecia con Chipras y en España con el Podemos de Iglesias. Son enemigos viscerales de los primeros, parientes de un marxismo radical y extremo, seguramente trasnochado, amigos de los gobiernos del comunismo ya casposo de Venezuela, Cuba y otros países latinoamericanos de izquierdas más decadentes, como la Bolivia de Evo Morales; anticapitalistas de pro, y, como los primeros, reacios y hostiles a la Unión Europea y a todo lo que suene a «tender puentes» y relaciones -económicas y de todo tipo- con otros territorios. Se presentan como abanderados de un laicismo a ultranza y de una libertad sin fisuras ni demasiadas leyes restrictivas. Da la sensación de que se consideran «más allá del bien y del mal», flirtean con un mesianismo siempre apetecido por no pocos, y les produce alergia todo lo que huela a valores religiosos, especialmente las viejas religiones monoteístas del libro: cristianismo, judaísmo, y sobre todo, el islam. Y con un «código ético» hijo natural de sus propias ideologías secesionistas; restrictivo, por tanto; excluyente y exclusivo.

Pero los «populismos» son también, -o, sobre todo- territoriales, quieren «marcar territorio» (ideológico, pero también geográfico) como los perros y otros carnívoros. Se aferran a unos orígenes históricos no siempre claros ni fácilmente delimitados. Lo bueno es lo mío, mis tradiciones, mis costumbres, mi historia, mis símbolos, mi raza sobre todo, el pedigrí de mi sangre única e incontaminada con otras transfusiones históricas, pretéritas, impuestas, invasivas. Es la pureza de la sangre, la soberanía del pueblo (o sea, de este pueblo, de «mi» pueblo). Es el rechazo al resto de las culturas vecinas, a otras religiones que no sean la mía, a otros códigos lingüísticos, éticos, tradicionales, que son siempre foráneos. Lo extranjero siempre es extraño. Lo diverso siempre es provocativo. Y siempre es peligroso, levanta suspicacias, produce intoxicaciones y contagios. Rompe la idiosincrasia  original, atávica, ancestral. Son un tumor, un cáncer siempre maligno y terminal. Y se produce el Brexit  inesperado; y Escocia quiere repetir un nuevo referéndum en pos de su «autonomía» e «independencia». Y tenemos «el problema catalán»: la vuelta al viejo Condado medieval, a las primeras huestes que poblaron las costas, los valles y los montes de la antigua «Catalania» o «Cathelania»; estamos en el siglo XII; y habría que remontarse a la tribu íbera de los lacetanis, primeros pobladores de la región. Idéntica situación ocurre con otras «zonas» o territorios de la actual Europa. La tendencia a la desmembración y salida (exit) de los «nuevos» Estados, relativamente modernos, y el regreso al útero materno de la génesis de los pueblos, no sólo en la «vieja» Europa, sino hasta en la lejana América no tan vieja, casi adolescente de 5 siglos de historia, es un dato que manejamos como presunta o posible clave de tantos dolores de cabeza de este fragmentado, en tantos aspectos, siglo XXI.

Y a lo que voy. ¿»Populismos»? Todos sabemos que «populismo» viene del latín populus,  «pueblo» en castellano. El «pueblo» es un concepto lleno de gracia, virginal, nada machacado por el uso, un término «positivo», amable, atractivo, «puesto en valor», decimos ahora. Nadie osaría rechazar al pueblo; el pueblo es sagrado, es soberano, es intocable, está fuera de toda sospecha. Y muchos se lo adjudican pertrechándose en la empatía universal que suscita: partidos populares, movimientos populares de liberación, etc. Lo «popular» no está estigmatizado. Pero no deja de ser un eufemismo de «lo tribal». En los comienzos no había pueblos (al menos, en el sentido actual), ni conciencia clara de pueblo, había tribus, «conciencia tribal». La tribu era el único contorno conocido, amado, defendido de invasiones de otras tribus; la tribu era autosuficiente, «independiente», autónoma, referencial, inclusiva, un microcosmos con respuestas y soluciones para todo, con una organización elemental pero satisfactoria, con sus religiones protectoras de lo desconocido y del más allá, con una lengua común, única y conocida de todos, con una economía de subsistencia pero satisfactoria. Las invasiones eran de los otros, los que se atrevían a traspasar murallas, «marcas» y fronteras naturales, los que venían de otras tribus, eran de otras razas, hablaban dialectos diversos, vestían extrañamente o simplemente no vestían, eran siempre un peligro de contaminación, de invasión, un riesgo grave contra la supervivencia de los limitados márgenes de una cultura compacta y autosuficiente, y sobre todo, «independiente», «soberana», «mía».

El populismo es la palabra bonita para hablar de tribalismo. Porque, ¿quién se atrevería hoy a decir que es «tribalista», que defiende su tribu, que quiere recuperarla, volver a sus orígenes, salvar el prurito de ser idénticos a sí mismos? Ya lo dice el fenómeno Trump, paladín de lo que estamos diciendo: «American first!!!». Y no hay más. ¿Populismo de derechas, de ultraderechas, de izquierda radical pseudomarxista? Más bien, simple y llanamente, «tribalismo» añejo, casi pre-histórico, puro y duro. Volver al seno materno para sentirnos protegidos de injerencias externas y extrañas. Rehacer el cordón umbilical que traumáticamente nos han desgarrado.

¿Y en la Iglesia, también podemos hablar de «tribalismo» eclesiástico? (Lo veremos otro día, tal vez).

1 COMENTARIO

  1. Populismos… concepto muy ambiguo pero que hoy intenta atraer a las masas para imponer unas ideas, atraer a las personas en defensa de unos ideales determinados. Tribalismo es ya más concepto, habla de la tribu y su sociedad, así como de todo lo que cada ser humano lleva en sí de etnia y e cultura. Todos somos tribales porque todos llevamos unas raíces. Ser populista es ya otra cosa.
    Pero como cristiano me planteo que también Jesús atraía con su mensaje a la gente pero sin imponer a nadie su enseñanza, a la vez era un mensaje abierto a otras culturas, a otros pueblos. Es una pena que estemos perdiendo el concepto y sentido de la globalización porque nos acerca más a Dios. Dios es abierto al pueblo, a todos, no sólo a los de una idea y nos llama a todos a vivir un mensaje de amor, de verdad, de vida. Es bueno pensar en qué nos ofrece el populismo y el tribalismo, en qué se plantea en todos estos movimientos y veremos que miran hacia uno mismo, muchas veces amparándose en la voz del pueblo se busca los propios intereses. Ser cristiano es vivir abierto al otro, buscar ver feliz al que tienes cerca, perdonar y amar al enemigo,… no podemos cerrar puertas sino TENDER PUENTES Y CAMINOS DE LIBERACIÓN desde la fe EN JESUS EL CRISTO, MUERTO Y RESUCITADO.

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