Confianza excesiva
Detrás de este imperativo “salvemos” o “salvad” se oculta siempre una confianza mesiánica (¡excesiva!) en el ser humano, en sus capacidades y en su solidaridad.
¡Todos juntos… podemos salvar!
La salvación no va a llegar desde otro lugar.
La fuerza de la salvación reside en que nosotros, algunos de nosotros, nos impliquemos y comprometamos a salvar a los demás.
Creemos así que salvaremos… e incluso nos ponemos fechas en las cuales decimos estar seguros de que la salvación -de tantos males como nos aquejan- llegará.
Hoy “el salvador”
es aquel líder carismático que nos presenta un programa y nos pide colaborar con Él.
Votaremos… y al votar estaremos viendo en nuestra papeleta de voto la palabra “salvación”.
Lo mismo nos puede ocurrir dentro de la Iglesia:
tal persona será el papa Salvador, el obispo Salvador, el Superior General salvador…
y con el paso del tiempo vemos… que la salvación no llega, y que tras mucho esperar ¡palabra sí!, ¡hechos no!. ¡Después llegan las decepciones!
¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?
¡Ten confianza, soy yo!
“Bendito quien confía en el Señor, y el Señor es su confianza” (Jer 17,7).
O cuando Jesús les dice a sus discípulos: “¡Tened confianza, soy yo. ¡No tengáis miedo!” (Mt 14,27).
La Biblia nos repite una y mil veces que la salvación nos viene del Señor:
“del Señor es la salvación” (Sal 3,9),
“Él es mi salvación” (Sal 35,3),
“hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Jn 4,22).
El Salvador y sus aliados porque “han creído”
Es verdad, que nuestro Dios “salva”, pero “en alianza con nosotros”. Lo que nos hace aliados de nuestro Salvador es “la fe”, la confianza absoluta en Él.
La salvación no viene de “evidencias”, sino de la “fe” y de la visión que la fe nos concede. Creer para ver. Creer para que la salvación llegue. Cuando la palabra “salvación” no tiene un horizonte trascendente la salvación se convierte en “pura ilusión” y quienes se sienten “salvadores” en “hacedores de la nada”, “vendedores de humo”.
Somos desgraciados porque no creemos en la Gracia.
No experimentamos la salvación porque queremos salir del pozo tirándonos de nuestros cabellos.
No somos “los salvadores de nada, ni de nadie”.
Sí podemos ser la colaboradores y cómplices en la Salvación.
Pero hay que ser cautos: ¿con quién estamos en Alianza?
¡Ni con el presidente del gobierno, ni con un líder político, ni con el mejor pensador del momento, ni siquiera con el papa “Francisco”, siendo de su “línea!
¡Cómplices del Espíritu! Y así sucede cuando del corazón nos brota una oración tan bella y permanente como la secuencia de Pentecostés
“Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo, padre amoroso del pobres, don en tus dones espléndido”….
Por eso, no dejemos de anunciar esta Buena Noticia. Experimentemos cómo la conexión con el Espíritu del Abbá y de Jesús es ¡nuestra salvación! Y también la unión con la “Cómplice del Espíritu”, María -rostro e icono femenino de nuestro Dios-. Digamos con fe y convicción: el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. ¡Qué pena que haya tanta gente que nunca suplica, que nunca ora, que no cree… a no ser en sus propias fuerzas! Algún día se desencantarán. Pero hay otros que mueren aunque sea viendo a lo lejos “la tierra Prometida”.