Pérdida ganadora

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A la pregunta de Jesús sobre su identidad vista en el espejo de los demás surge una de las afirmaciones más desconcertantes de su vida: sí, él es el Mesías de Dios, pero tiene que ser rechazado por los dirigentes de su pueblo. 

De este rechazo también nace el propio rechazo de sus seguidores. Rechazo que a los ojos de los triunfadores es comprendido como fracaso. 

Un fracaso radical que reposa en una actitud radical: el amor entendido como pérdida que engendra ganancia. 

La primera es la de la libertad hermosa de no depender de las apariencias que buscan el aplauso o la aprobación gregaria. 

La segunda, la búsqueda de lo gratuito y no del beneficio mezquino. En realidad la búsqueda de lo esencial de las cosas y de las personas, aquello que las apariencias suelen enmascarar. 

La tercera, saber que este amor no es compensación por el esfuerzo sino nueva mirada que puede ver la hermosura de lo que nos es regalado, a manos llenas, en la providencia de lirios y pájaros. La sorpresa de lo no esperado ni pedido, la obediencia a una palabra una vez dada a pesar de todos los pesares, descentrarse de uno mismo para abrirse a un uno mismo ampliado en el que caben otros.

En resumen: la pérdida colmada en la búsqueda de un Reino que es añadidura. Venderlo todo por una perla que está escondida. 

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