sábado, 20 abril, 2024

Paradigma del liderazgo cristiano: La parábola del Hijo Pródigo

Estamos pasando por una crisis de liderazgo. La crisis de los abusos sexuales ha sido en parte debida a una crisis de liderazgo. No me gusta demasiado esta palabra “liderazgo”. Creo que Cristo es nuestro líder y todos los demás somos discípulos. Pero la palabra se ha vuelto popular. Mantengámosla, por tanto.
Supongo que ha sido introducida para sustituir la vieja palabra “superior”. Nadie quiere ser un inferior. La Conferencia de Superiores Mayor Religiosos (CMRS) de Irlanda cuenta con un equipo que critica todos los años el presupuesto del gobierno irlandés y el gobierno vive temiendo y temblando hasta que el PM dijo que le resultaba arduo tomar en serio a una organización que se denominaba a sí misma Mayor y Superior. Ahora se llama “la Conferencia de Religiosos”. Cuando yo fui presidente de la Conferencia de Superiores Mayores en Inglaterra, el vicepresidente, un amigo jesuita y yo la denominábamos ¡Conferencia de Menores Inferiores!
¿Es apropiada la parábola del hijo pródigo para hablar del liderazgo?
Me voy a servir de la parábola del hijo pródigo. Puede parecer poco apropiada, dado que no aborda obviamente el tema del liderazgo. La razón que tengo para escogerla es que tendemos muy fácilmente a pensar el liderazgo en términos de management y administración. El mundo de los negocios domina nuestra imaginación. Hace algunos años estaba yo sentado junto al Vice-Canciller de Cambridge. Él se esforzaba por conocer qué había sido yo durante los nueve años como Maestro de la Orden. Finalmente dijo: “Ahora lo entiendo. Usted fue oficial principal ejecutivo, o el manager general (CEO = chief executive officer) de una multinacional. ¿Cómo promocionan ustedes su marca? ¿Son competitivos respecto a los franciscanos en el mercado vocacional?
Si fijamos nuestra mirada en los Evangelios, vemos que el modelo que Jesús nos ofrece es el del servicio. El obispo americano Ken Untener saludó a la Congregación con motivo de su toma de posesión con estas palabras: “Hola, soy Ken y aquí estoy para ser vuestro camarero”1. Pero ¿qué tipo de camarero? Les encanta a los laicos escuchar que nosotros los sacerdotes estamos llamados a ser sus servidores. Pero se sorprenden al ver que ordinariamente lo que significa es que somos sus jefes en todo. Aun recuerdo a un obispo irlandés que durante su toma de posesión dijo que serviría a la diócesis con cetro de hierro. Esperemos que el sucesor del obispo Christopher no tenga la misma idea.
Me gustaría decir que el liderazgo cristiano es el servicio de la gracia de Dios. Servimos al pueblo sirviendo el acontecer de la gracia en nuestras comunidades. La gracia es siempre el arder de Dios en nuestras vidas haciendo nuevas cosas. Dios dijo según Isaías: “He aquí que hago todo nuevo”. Así el liderazgo es ser gracia siempre nueva e innovadora al servicio de Dios.
Toda parábola o suceso en el Evangelio podría servirnos para explorar el acontecer de la gracia. Estuve casi por escoger el relato de la mujer sorprendida en adulterio dado que Jesús nos ofrece ahí un fino ejemplo de cómo dirigir reuniones y cómo tratar a la gente más problemática. Pero veamos qué nos aporta la parábola del hijo pródigo.
Dejar que acontezca la Gracia
Había un hombre que tenía dos hijos
Cuando se escuchan aquellas palabras iniciales “un hombre tenía dos hijos”, se podría sospechar –y con razones– que el modelo de liderazgo que se propone es el del padre. Los superiores están afuera, pero los padres están dentro.Cuando uno se siente captado por una parábola, entonces ha de tratar de encontrarse en todos los personajes que participan de ella. Nosotros somos el padre, la madre invisible y ambos hijos y los siervos, y tal vez, sobre todo, ¡el novillo cebado! El acontecer de la gracia en este relato requiere que prestemos atención a todos estos personajes.
Por esto es una buena idea preguntarnos al comienzo de esta parábola: ¿con quién te identificas más fácilmente en este relato? O incluso de una manera más significante: ¿con qué personaje no te identificas? ¿Es éste probablemente donde está tu interpelación como líder? Aquí es donde tu imaginación puede necesitar crecer. G.K. Chesterton escribió una serie famosa de relatos de detectives cuyo protagonista era el Padre Brown, famoso por resolver asesinatos. Un grupo de criminólogos americanos lo entrevistaron con la intención de descubrir su secreto. ¿Dispondría de técnicas científicas especiales? El replicó: “Es muy sencillo. Fui yo mismo quien cometió todos estos asesinatos”.
Liderazgo significa rechazar el ser atrapado por una sola definición de nuestro rol o función. Estamos para hacer todo lo que sea necesario para que acontezca la gracia. Si insistimos en apuntar únicamente a funciones predeterminadas, entonces las cosas se pueden paralizar. “No es mi tarea hacer eso”. Cuando yo era capellán en el Imperial College fui a ver a un venerable anglicano y le pregunté qué pretendía que yo hiciera. El respondió: “estar por ahí sin una finalidad especial”. En el campus cada uno tenía su función, desde el Rector hasta quienes limpiaban. El capellán está allí para hacer lo que sea necesario. En eso consiste el servicio. Un dominico francés vino a Oxford a aprender durante un tiempo Bengalí, para poder así servir a los más pobres entre los pobres. Le pregunté qué iba a hacer, y el respondió que ya se lo dirían los pobres. Un gran dominico americano vino para estar con los Blackfriars en Oxford. El hermano que abrió la puerta acababa justamente en este momento de limpiar el suelo. Y entonces ese fraile con modales imperativos dijo: “Hermano, vaya y tráigame una taza de té”. De modo que el hermano fue por el té. Entonces el americano dijo: “Ahora hermano, lléveme a mi habitación”. Obedientemente así lo hizo. Después el huésped dijo: “Ahora quisiera encontrarme con el Padre Prior. Lléveme a su habitación”. Y el dijo: “Yo soy el Prior”. El Prior era el famoso teólogo Fergus Kerr.
3. El hijo menor y el padre
“El menor de ellos dijo al Padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Y el padre les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino”.
La parábola trata sobre la pérdida y la restauración de la unidad de la familia. Los hermanos rompen la unidad de la familia y el padre sana las divisiones. Y este es el fruto de la gracia y la primera tarea del liderazgo. San Pablo escribe a los Efesios: “Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Hay un solo Señor; una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de Todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos” (Ef 4, 4-6). La gracia supera las divisiones. Así la primera tarea del liderazgo es ciertamente alimentar y nutrir la unidad en las comunidades y la unidad entre vuestras comunidades y la más amplia Iglesia.
Yo diría que el mayor desafío del liderazgo hoy es cómo uno puede reconciliar la función de sanación, de reconciliación, con el ser fiel y pronunciarse sobre los más serios asuntos. En nuestra amada Iglesia la tentación consiste en privilegiar tanto la unidad que fallamos en la veracidad. Hay un clima de ocultar lo que realmente pensamos, y, sin embargo, no deberíamos llegar a ocultar casos de abuso sexual, renunciando a la veracidad. ¿Cómo podemos unificarnos e integrarlo todo?
Permitidme, por un momento, que comparta mi experiencia: como Maestro de la Orden de Predicadores mi tarea principal consistió en cuidar de la unidad de la Orden, porque no se puede ser al mismo tiempo predicadores del Reino y personas de divisiones y distinciones. La Orden acoge a una tremenda diversidad de opiniones teológicas. Cuando mi hermano, Gustavo Gutiérrez, el fundador de la Teología de la Liberación, fue cuestionado por la Congregación de la Doctrina de la fe, entonces dirigida por el Cardenal Raztinger, un miembro anciano de aquella Congregación romana era uno de mis hermanos, el arzobispo Gus di Noia. Recuerdo una cena con otros dos hermanos, uno de los cuales había sido prisionero de los comunistas en Croacia y el otro de los fascistas en Portugal.
Así, hemos negociado las tensiones entre hermanas feministas americanas y hermanos occidentales europeos y conservadores, hermanos progresistas africanos y monjas asiáticas tradicionalistas, jóvenes y ancianos, de derechas y de izquierdas, del primer mundo y del tercer mundo. En contraste con muchas otras Órdenes nosotros nos hemos atenido siempre a nuestra unidad, ¡en contraste con algunas que yo por cortesía no menciono! El eslogan de la orden es “Veritas”, verdad. Me fue inculcado por mis hermanos que tengo que decir audazmente la verdad. Pero ¿cómo se puede por una parte decir la verdad sin tapujos y no dividir a los hermanos? ¿Cómo mantener juntas la parroquia o la diócesis sin deslizarse en la vaguedad?
La parábola nos ofrece una pequeña clave inicial. No hay especiales sugerencias que nos indiquen cómo el padre aborda este dramático acontecimiento. Él no se arrodilla y le pide al hijo joven que se quede en casa, pero tampoco lo amenaza. La vida sigue adelante. La gente de religión está extraordinariamente inclinada a dramatizar, desde la disputa entre Pedro y Pablo hasta hoy. Lo se. Viví en Italia durante 9 años y a veces ¡aquello era como una opera de Puccini! Pero si somos siervos de la gracia de Dios, entonces el gran drama ya aconteció. Cristo murió y Cristo resucitó. Cristo vendrá de nuevo. Uno de los modos en los cuales podemos mantener al mismo tiempo la verdad y la unidad es viviendo el drama fundamental de la gracia en lugar de derramar aceite en los pequeños fuegos que estallan por aquí y por allá. Como Dietrich Bonhoeffer escribió al obispo Bell poco antes de ser matado por los nazis, la victoria es cierta.
Permitidme compartir con vosotros otra historia de cuando Fergus Kerr era Prior. Cuando yo era un joven dominico, estudiante en Blackfriars, Oxford, el priorato fue atacado por un grupo de derechas, resentido porque nosotros defendíamos causas de izquierdas. Durante varias noches estallaron dos pequeños explosivos que hicieron mucho ruido y removieron las ventanas. Se despertó toda la comunidad excepto el prior. ¡Yo quedé alucinado al descubrir que continuaba en la cama! Vino la policía y la brigada de los bomberos. Finalmente el fraile más joven fue a despertar al Prior. “Fergus, han atacado al priorato, ¡despiértate!”. “¿Ha muerto alguien?”. “No”. “¿Hay alguien herido?”. “No”. “Pues, bien, déjame seguir durmiendo y ya mañana pensaremos en ello”. ¡Ésta fue mi primera lección sobre liderazgo! El padre de la parábola aparece para dejar que el drama acontezca. Esto no es pasividad, sino confianza, palabra que procede del término latino “con-fidens”, creer juntos.
Cuando su hijo volvió a casa, él lo vio ya desde lejos. Tenía siempre un ojo abierto. Sabía que volvería a casa algún día, en el momento adecuado. El liderazgo implica una confianza especial en los jóvenes. Cuando santo Domingo envió a su fraile más joven a predicar, apenas de haber entrado en la Orden, los cistercienses le advirtieron que lo iba a perder. Domingo replicó: “Tengo la certeza de que mis hombres jóvenes saldrán y volverán, serán enviados y retornarán; pero vuestros hombres jóvenes quedarán encerrados y además saldrán fuera” 2.
La gracia es la irrupción en nuestras vidas de la gracia de Dios, siempre llena de frescura y juventud. Todos los años recordamos que Dios vino a nosotros como un niño, como un recién nacido. Por eso, la confianza en lo joven es una parte intrínseca del liderazgo cristiano. En la medida en que el presbiterado se vuelve más anciano, lo “joven” tiene que ser redefinido constantemente. El otro día me encontré con una religiosa joven que me dijo que incluso a sus sesenta ¡años ella era todavía considerada joven!
El hijo pródigo anticipa el futuro. Según Henri Nowen, él le dijo al padre: “Yo no puedo esperarme hasta que te mueras. Yo necesito el futuro ahora mismo”. Esta no es una buena manera de hacerlo, pero pertenece al liderazgo dejar que el futuro acontezca, incluso si ello significa dar pasos hacia lo desconocido. Esto significa así mismo dejar que lo que existe ahora, muera, de tal forma que pueda acontecer algo diferente. La gracia de Dios es el futuro irrumpiendo ahora y esto significa que el presente tiene que morir. Frecuentemente las diócesis están cargadas de excesivo pasado y tenemos que soportarlo porque hay obispos que en manera alguna quieren ser recordados como aquel que acabó con una querida institución.
Recuerdo la homilía de una profesión solemne pronunciada por un provincial, que era un apasionado converso del presbiterianismo escocés. Él dijo: “Estoy llegando al fin de mi vida religiosa y tú estás comenzado ahora la tuya. Cuando miro hacia atrás en mi vida –y ella ha sido muy larga–, pienso en todo lo que he tenido que trabajar para construir y para servir de apoyo. Frecuentemente he trabajado duro para construir algo, para dejar algunos monumentos detrás de mí, cuando, inevitablemente, algún idiota ha llegado detrás y ha deshecho todo lo que yo había construido y lo ha llamado progreso. Por tanto, quiero darte este pequeño consejo: ante cualquier proyecto que tú puedas dar a luz, cualquier plan que puedas formular, ten por cierto una cosa: ¡Dios hará que fracase!3.
No habiendo sido nunca un presbiteriano escocés, yo no lo habría planteado así; pero sí es cierto que el liderazgo es en parte el ars moriendi, el arte de morir para que el futuro pueda irrumpir. Es crear el espacio para que el joven haga lo que nosotros no podemos ni imaginar, ni anticipar –incapaces de entender y controlar el presente y añadiendo un poco de incertidumbre–. Si no podemos afrontar la muerte de nuestras instituciones, ¿cómo vamos a afrontar nuestra propia muerte? Sólo seremos gente que predica la resurrección con credibilidad si los demás ven que encaramos la muerte con coraje. He visitado un monasterio que ha sido cerrado; el anterior provincial dijo: “él dejó que su hijo muriera”.
Pero sigamos adelante en el relato de la parábola.
La extrema necesidad y el retorno
Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una hambruna extrema en aquel país y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. El muchacho deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pues nadie le daba nada. Entonces se puso a reflexionar y pensó:¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino, iré a donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Entonces se avió y partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, lo vio su padre y se conmovió; corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente”.
Aquí son tanto el hijo pródigo como el padre los que muestran un liderazgo en su sentido más elemental y básico. Cristo es nuestro líder porque ha llegado antes que nosotros a la presencia de Dios. Según la carta a los Hebreos, Él ha abierto para nosotros “un camino nuevo y viviente” (10, 20). El liderazgo cristiano es fundamentalmente caminar delante, ir a la cabeza, como el hijo pródigo que caminó buscando a su padre, del mismo modo que el padre salió en busca de su hijo para darle la bienvenida.
El liderazgo de ambos, hijo y padre, significa que ambos dejaron de lado su dignidad. El hijo se acerca al padre sin reclamar su dignidad de hijo, feliz con ser uno de sus jornaleros, y el padre deja de lado toda su dignidad patriarcal, y se desplaza ostentosamente a través de los campos como si fuera un niño, haciéndose el loco. De forma más radical vemos el liderazgo en el hijo que pide perdón y en el padre que se niega a esperar del hijo una petición de perdón. Yo acostumbro a decir a los Provinciales: “Si te preocupas de tu dignidad, los hermanos nunca sentirán que también ellos la necesitan. Pero si no te preocupas, entonces ellos lo harán y mucho mejor que tú”.
La principal función de un líder cristiano es entrar decididamente en la vulnerabilidad. Hemos de ser los primeros en tirar por el suelo la imagen de fuerte, en despojarnos de la armadura, en excusarnos para no ser rechazados. Hemos de ser los primeros en decir: ¡lo siento!, incluso cuando se nos ocurra pensar que la otra persona nos ha equivocado a nosotros más que nosotros a ella. Hemos de dar pasos decididos hacia delante, saltar las trincheras, exponernos al ridículo. No debemos esperar signos de reciprocidad antes de movernos.
El camino que realiza el hijo no es, ante todo, geográfico. Cuando se encuentra en el destierro, se dice que “entrando dentro de sí”. Volvió al hogar, a su identidad fundamental que era la de hijo de su padre. Volver a casa del padre era sencillamente expresar el retorno interior que ya había realizado cuando recordó que él era el hijo de su padre. Vino a casa por primera vez. No contempla más a su padre como su rival, que está entre él y su dinero. Por vez primera ve a su padre como quien asegura que sus servidores tienen “pan en abundancia”. Y su padre los reconoce desde lejos porque ha estado siempre buscando a quien ha sido siempre su hijo, pasara lo que pasara.
En esto no acierto a encontrar palabras, pero quisiera sugerir que el liderazgo implica ver a los demás en Cristo. Hay una tremenda presión que nos lleva a ver a los demás como rivales, como amenazas, o aliados útiles o a quienes nos apoyan. Existe la tentación de catalogar fácilmente a la gente considerándola o como peligrosos progresistas o rancios conservadores. Los provinciales puede verse tentados de ver a sus hermanos y hermanas como piezas de ajedrez que han de ser movidas de aquí para allá en el tablero de la provincia, o como problemas que han de ser resueltos.
Cuando me hicieron Provincial, mi predecesor me mostró los ficheros. Me dijo: “el 90% está condicionado por el 10% de los hermanos. Ésta es tu vida para los próximos cuatro años”. Estaba en lo cierto, pero si miramos a nuestros hermanos y hermanas como problemas, entonces eso sucederá. Cuando el padre vio a su hijo desde lejos, pudo tener la tentación de verlo como un problema. “Oh Dios mío. ¿Qué vamos a poder hacer con este? ¿Cómo reaccionará su hermano? ¿Será capaz de hacer algo? ¿Tendré que darle más dinero?”. En cambio lo que vio fue un hijo suyo. El hijo ha venido a la casa de la que formaba parte. El padre nunca lo ha olvidado. Liderazgo significa mantener viva la percepción que Dios tiene de la gente.
La fiesta
Pero el padre dijo a sus siervos: Daos prisa. Traed el mejor traje y vestidle; ponedle un anillo en el dedo y calzadle unas sandalias. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta.
El padre le da unas sandalias, el signo de una persona libre. Los esclavos van descalzos. El padre cuida de su dignidad. Durante la terrible depresión de los años 1930 mucha gente en nuestra parroquia obrera no podía conseguir zapatos. Les daba vergüenza venir a la Iglesia. Es un deber cuidar de la dignidad de los últimos de nuestro pueblo. No debemos nunca decir una palabra que pueda humillar a aquellos de quienes cuidamos.
Y comenzaron la fiesta. Éste es ciertamente el punto culminante de la parábola. Jesús había sido provocado por los fariseos y escribas que murmuraban: “éste acoge a los pecadores y come con ellos”. El climax del relato es el momento en el que el padre invita al hijo mayor a celebrar con ellos: “Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado”.
Los líderes cristianos deben emprender el camino hacia la fiesta. Hemos de ser aquellos que se regocijan en los seres humanos, sea cual fuere la situación en que se encuentran. El inicio de la predicación del Evangelio es la festividad de Jesús. No tenemos nada que decir sobre ningún asunto moral hasta que la gente sepa sin ningún tipo de ambigüedad que Dios siente agrado y se deleita en ellos. Así se entra en la vida de la Trinidad, que consiste en que el Hijo es la delicia del Padre, que es el Espíritu Santo: “Tú eres mi hijo amado en quien me complazco”.
El peso del liderazgo puede volvernos reacios a cualquier tipo de celebración. ¿Cómo mantener viva la alegre y jovial espontaneidad que esto requiere? Puede ser, en parte al menos, rehusando que otras personas dicten lo que ha de ser nuestra vida. No debemos estar siempre mirando de reojo a otros: autoridades eclesiales, el gobierno, la prensa, la gente difícil en la congregación. No debemos permitir que el miedo o la cautela hacia otras personas nos dirijan. El padre no se preocupó demasiado de lo que otra gente pensaba. No había a su lado un portavoz calculando el modo mejor y más diplomático de comunicárselo a la opinión pública. No debería preocuparnos ser malentendidos. Jesús asumió el riesgo de ser malentendido y murió por ello. Esta es la razón por la cual Jesús fue un hombre libre. La gracia nos concede participar en la espontaneidad de Jesús. Gracia es la espontaneidad de Dios.
Vamos a dedicar también una breve reflexión al hijo mayor.
El hijo mayor
Su hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercaba a la casa, oyó la música y las danzas. Llamó entonces a uno de los criados y le preguntó qué era aquello. El respondió: es que ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre y le rogó que entrase. Pero él replicó a su padre: hace muchos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya. Sin embargo, nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos. Y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu haciendo con prostitutas, has matado para él el novillo cebado. Pero él replicó: hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado.
Yo me pregunto si no se ocultará algo del hermano mayor en cada líder cristiano. Si tú estás en el ministerio, o tienes una responsabilidad especial en la diócesis, eso significa probablemente que tú no has gastado salvajemente tu dinero con prostitutas. Tú has sido elegido porque tienes, tal como sugiere esa desafortunada expresión “un par de manos limpias” (‘a safe pair of hands’), lo que ya implica una imagen horrible del liderazgo. Me imagino al duque de Edimburgo conduciendo su carruaje en torno al Windsor Great Park. San Agustín con su hijo ilegítimo probablemente no habría sido elegido obispo hoy. A veces necesitamos un par de manos “no limpias”.
Y así podría no aparecer un sutil toque de envidia hacia el hijo pródigo que ha hecho realidad sus fantasías salvajes y ahora viene a casa y viste la mejor túnica. ¿No podríamos sentir también nosotros un poco de aquel resentimiento de los obreros que trabajaron todo el día al ver que los de la última hora recibieron el mismo salario? Uno de mis hermanos de África del Sur se enamoró, tuvo un hijo y dejó a la madre casarse. Después de un tiempo, él y su mujer ambos constataron que su vocación era ser dominico. Él permaneció con ella y educó al hijo y después, con el pleno consentimiento de su mujer, volvió con nosotros a casa. Recuerdo las celebraciones cuando fue de nuevo readmitido a nuestra plena fraternidad. Celebramos y no percibí en ninguno de los hermanos mayores el menor desagrado; sino que el pensamiento que atravesó sus mentes era que había tenido mucha suerte. Él tuvo su tarta y la comió.
Pues bien, para concluir: liderazgo es servicio. Pero se sirve a las comunidades sirviendo al acontecer de la gracia. Esto requiere de nosotros una tremenda flexibilidad, y rechazar la fijación en un rol predeterminado. Tenemos que guardar viva la memoria del único drama que verdaderamente nos importa, el drama de la muerte y resurrección de Jesús. Todo lo demás es relativamente poco importante. Hemos de arriesgarnos a confiar en los jóvenes, en dar el primer paso, en entrar en la vulnerabilidad cuando algún otro mira hacia atrás. Hemos de estar delante en el camino hacia la fiesta, manteniendo viva la chispa de la espontaneidad. No hemos de temer.

1 Ed. Elizabeth Picken, CJ et al. The practical prophet: The practical prophet Mahwah 2007, p.19.
2 Ed. Simon Tugwell, OP Early Dominicans:selected writings Ramsey N.J., 1982, p.91.
3 Sermon by Allan White, OP , The Acts of the Provincial chapter of the English province of the Order of Preachers Oxford 2000, p. 66.
 

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