Y el carpintero nos da su última lección que es la primera: partirse en trocitos, en migas y en jofaina. Partirse y derramarse porque aun puede hacerlo, porque mañana habrá otros que se encarguen de partirlo, de romperlo en pedazos de árbol de la vida.
Hoy se adelanta él, con las virutas aun prendidas en la túnica, echando la vista atrás con alegría y hacia delante con una mezcla de angustia y de esperanza.
Después del lavatorio-eucaristía el Verbo se queda mudo, silencioso, para entrar en Aquel de quien salió antes de todos los tiempos. Vuelve al Padre, a su Padre y nuestro Padre, con los labios cerrados, varón de dolores, pero con la única palabra que no tuvo que aprender porque ya la tenía dentro: amor.
Amor de migas, de jofaina, de túnica aun con las virutas de Nazaret. Amor de Carpintero.