OTRA POSTAL DE NAVIDAD

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Tras los días ruidosos de estas fiestas, encuentro un rato de silencio y paz. Me vienen nombres, recuerdos de intensidad de estos últimos días. Y, sobre todo, me viene agradecimiento y reconciliación porque, un año más celebramos la esperanza, ahondamos en lo mejor del ser humano, vivimos la encarnación de Dios. Es verdad que, a veces, me enfado porque no veo señales, signos y gestos que nos remitan al misterio. Pero hay días que son para enmarcar, hay personas y momentos para guardar y llevarlos siempre en el bolsillo, en la libreta de la esperanza. Hoy quiero compartir algunos de esos nombres que Dios pone como una música de fondo a esta tarjeta de Navidad, triste y alegre, que es la vida.

El primero es Charo, una persona mayor, de unos ochenta y… que va a un centro de día cercano. Cuando le preguntamos con quién iba a pasar la Noche Buena, nos respondió que con su marido. Nos miramos y al principio pensamos que le estaba fallando la memoria –su marido había fallecido doce años atrás-, ella debió leer nuestra cara de sorpresa y dijo: “Siempre estas fiestas las paso con mi marido, cenamos juntos… pongo su foto, con una amplia sonrisa encima de la mesa y …”. Ella decía que tenía sobrinos y familiares que la invitaban pero que esa noche era para su marido… Era la persona que más la había querido en este mundo y quería esa noche, recordar el amor que sentía por él y no distraerse en otras cosas.

Otro nombre es el de Eugenia, una religiosa-todoterreno de las que pisan fuerte por donde pasa y deja huella… hace años vino de África para cuidar a su padre muy enfermo. En los días previos a la Noche Buena, le avisan que su padre está peor, con lágrimas en los ojos se despide de nosotros y coge el tren que la llevará hasta él. Tratamos de consolarla, pero ella sabe de quién se ha fiado y aunque le asoma la tristeza por la mirada, la confianza envuelve todo el momento. Su padre está en manos de Dios. Así pasa la Noche Buena con el hilo de vida del ser que un día le regaló parte de la gran persona que hoy es.

El tercer nombre es Rita, otra anciana que vive sola y que apenas puede moverse. No tiene familia aquí y los vecinos la cuidan como pueden. Nunca le falta una mano amiga que le haga la compra o que le facilite un plato caliente. En la misa del Gallo la vi en primera fila, estaba radiante con una sonrisa enorme… al ver mi cara de sorpresa, sonría más hasta que la abordé. Me presentó a su amiga Susana quién la había llevado a su casa a cenar y quién después de la cena la había traído a misa, aunque la amiga no era muy creyente sabía cuanta ilusión le hacía. Así después de unos cuantos años Rita podía celebrar la eucaristía de la víspera de Navidad.

Son fotos o postales que me recuerdan que es posible hacer las cosas de otro modo. Rescatar a Dios del olvido, recrear su nacimiento, pero sin grandes alharacas, ni titulares ni notoriedad. Son gente anónima, que vive escondidamente pero que en la Noche Buena encienden una luz que culmina el Adviento. Que han entendido la urgencia del encuentro, la necesidad de salvación que tiene el ser humano. Que recrean, a veces sin saberlo y otras sin pensarlo, el misterio de Belén. Ah! Y no hacen grandes documentos, ni dedican días a la reflexión… simplemente se dejan llevar por la corriente del Evangelio que sopla con fuerza dentro de cada uno de ellos.

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