¡Ojalá escuchéis hoy su voz!

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Jesús se dirige a “los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”, hombres con poder, que mantienen un aire de superioridad sobre los excluidos, los desgraciados, pecadores de quienes también Dios se habría olvidado. Jesús se dirige a hombres que se consideran justos, ortodoxos, puros, por encima de la plebe despreciable que los rodea; hombres que, en nombre de Dios y de la ley divina, cierran las puertas de la propia vida al amor de Dios que los visita, al reino de Dios que se les acerca, al Hijo de Dios que los evangeliza.

La mirada de Jesús va a unos y otros: al que desprecia y al despreciado, al ortodoxo y al desviado, al que se cree justo y al que se confiesa pecador, a la Congregación para la Doctrina de la Fe y a las ovejas perdidas del rebaño de Israel.

Un día los sorprenderá en el templo, entregados a la oración, y nos permitirá verlos a los dos desde los ojos de Dios.

Hoy Jesús se dirige a uno de esos dos hijos: al experto, al sabido, al que, mintiendo, a Dios le dice “voy”, al que, mintiendo siempre, a Dios le dice “Señor”, al que, ignorando la palabra de su padre, “no va a trabajar en la viña”.

A ese hijo inquisidor y soberbio, retador y despreciador, los publicanos y las prostitutas le llevan la delantera en el camino del reino de Dios.

Jesús se lo recuerda, por si quieren ver –va Jesús curando ciegos-, por si quieren abrir la puerta a la salvación –va Jesús llamando a los pecadores-, por si quieren apartarse del camino que los está llevando al abismo –va Jesús resucitando muertos-.

Jesús nos lo recuerda, por si queremos entrar en el reino de la misericordia.

Feliz domingo a los pecadores que Dios ama.

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