Número de VR Noviembre’2014

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Cuando suenan las alarmas… (Editorial)

Hace unos días, durante el IV Encuentro Internacional de revistas de vida religiosa en Bogotá, tuvimos que simular una evacuación en la Universidad Santo Tomás. Formaba parte de un programa ante los posibles movimientos sísmicos. Prevenidos, con los primeros sonidos de las alarmas, comenzamos a salir, nos separamos unos metros de la universidad y pacientemente esperamos la llamada para volver a entrar porque todo y nada había pasado. Creí que lo habíamos hecho bien, pero alguien me dijo que no fue así. En una situación de emergencia hay que pensar en los más débiles, en las personas que tienen dificultad para moverse, en los ancianos… En el caso que les cuento, yo y otros muchos como yo, pensamos únicamente en nosotros y nuestras cosas.

Cuando comenzó a sonar la alarma del ébola en África, percibimos su sirena más como simulacro que como realidad. Hizo falta que cruzase la frontera de la exclusión hacia el confort para que todos nos posicionásemos con urgencia y se convirtiese en el «gran tema social». Me temo que la alarma, ya más atenuada, pero persistente, ha servido para que los protegidos nos protegiésemos más, y los débiles queden más a la intemperie. Se multiplican las declaraciones de quienes al calor del ruido mediático se tienen o nos tenemos por «expertos en pandemias», eso sí, sin movernos de la comodidad. El ébola ha removido lo mejor de nuestras entrañas ciudadanas y también las pasiones más despreciables. Titulares tan enfermos como la enfermedad han llenado conversaciones y análisis. Mientras tanto dos notas contrapuestas hacen pensar. La primera es África y su miseria que todos permitimos; la segunda es la paz y la decisión firme de permanecer en ella de quienes en nombre de Dios asumen su suerte: religiosas y religiosos, laicos y presbíteros.

La gran reforma de la Iglesia hasta convertirse en el soñado «hospital de campaña» en nuestro mundo va a venir de quienes oigan las alarmas y se pongan en camino. Los carismas no son sino dones útiles para captar y responder a la necesidad. Agilidad, emergencia, disponibilidad, gratuidad y caridad son los trajes especiales para combatir el ébola, que es el hambre, el olvido, la distancia, la marginación y el desinterés. La alegría del Evangelio le pide hoy a la vida religiosa dejar de poner nombres o redactar documentos; le pide salir, recuperarse y gastarse al lado de quienes «no son o no cuentan». Ese es su sitio y esa es su reforma.

El ébola es una parábola terrible para nuestro tiempo y nuestra historia. Podremos hacernos expertos y hasta saber explicarla. Podremos redactar miles de propuestas de misión y crear incluso coordinadoras de seguimiento. Podremos tranquilizarnos haciendo unos presupuestos más solidarios, pero si nuestras estructuras no se agilizan, si nuestra fraternidad no se hace posible y sensible al pobre, terminaremos adaptándonos y hasta justificando que las vallas son necesarias y las distancias también.

Si oímos las alarmas y dejamos a los carismas recuperar la libertad; si abrazamos la desprotección, descubriremos la gran verdad de la consagración. No acabamos de entender que el religioso y la religiosa se enamora de su compromiso cuando hay latido y experiencia. «Lo que oímos, lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos…». Tiene que haber vida contada, recreada y posible. Solo tendrá futuro la vida religiosa dispuesta a contemplar y palpar la realidad, porque solo esa tiene presente. A veces basta una sirena de alarma para despertar y descubrir qué es lo que, en verdad, importa. Muchas veces, Dios lo sabe bien, hay lecciones duras en la historia y en la vida personal que nos ayudan a recobrar el interés en lo esencial. En este tiempo, percibimos que nos hace falta un despertador, una convulsión o una alarma que nos sobresalte.

Escuchar «la sirena del ébola» exige buscar la salida, la mejor y la posible. Además hay que hacerlo de la mano de los más débiles. En la vida religiosa no hay salvación para los personalismos, estructuras, cargos o «gloriosismos del pasado». Es en este presente donde el Espíritu nos pide ser vocación, desplazarnos, cuidar el gesto y romper con la seguridad. Y esta alarma, me temo, no es un simulacro.

Índice

Signos, gestos y guiños, Fernando Millán

Mirada con lupa: Bonifacio Fernández

De religiosos y de jóvenes, Carles Such

Las puertas abiertas del resucitado: manos y costado en una Iglesia de puertas abiertas, Pilar Avellaneda

Con los ojos del alma, Mª José Pérez

Retiro: Signos de Dios en lo cotidiano, Xavier Quinzà

Migajas de teología y vida, Martín Gelabert

Más que una foto, Francisco J. Caballero

Año de vida consagrada 2014 / 2016

¡Qué dicha de libertad!, Manuel Romero

En el año de la Vida Consagrada, Mª Luz Galván

Regalarnos una tarde, Mariola López

Lectura recomendada, Francisco J. Caballero