Lo nuestro es contar una historia creíble (Editorial)
Desgraciadamente hay palabras y silencios de muerte en la vida religiosa. Quizá demasiados. Se ha instalado cierto análisis entre nosotros que es engañoso, aunque venga avalado por datos, estadísticas y proyección de edades. Cuando nace un proyecto, frecuentemente lo apellidamos “para tener vida”. La conclusión lógica es que si no hacemos tal cosa o tomamos la ruta insinuada, lo que tendremos es muerte. Cuando planteamos la revisión de nuestras presencias, no siempre es explícita la razón de la vida. Más bien se intuye un fatídico «ya no podemos» o «no somos los de antes» que, en absoluto, desprende aliento de vida.
Las cosas, sin embargo, no son tan claras. Y en la vida religiosa menos. Entramos en el misterio de Dios, el único que puede sustentar una vocación de seguimiento. En el itinerario de nuestras congregaciones debería palparse más confianza en esa pro-videncia de Dios, y menos en pequeños proyectos prometeicos que puedan responder a originalidades circunstanciales, planes personales o muestras de fuerza. El futuro es una incógnita, pero el presente no. Y dependiendo de nuestro hoy, sin duda, podemos intuir el mañana. No es tan evidente que solo esté la capacidad de la vida en quienes tienen la edad de darla; como no es seguro que tras un día lluvioso venga el sol. Hay cierta confusión en cuáles son los signos de vida reales en la vida religiosa.
No nos cansamos de reiterar que en las presencias humildes, en los largos tiempos de silencio y oración, en las conversaciones no formales, en la apertura y sencillez de nuestras comunidades, en la participación en los ámbitos de dolor es donde el Dueño de la mies nos quiere de manera explícita en nuestro tiempo. Sin embargo, las respuestas institucionales no son sencillas, apuntalamos las presencias en «instituciones fuertes», garantizamos las obras que en otro tiempo nos dieron prestigio y dedicamos buenas horas a asegurar la estabilidad, tranquilidad y, hasta el confort, ¿para qué? ¿para estar serenos o dormidos? No hay nada que desgaste tanto a la vida religiosa como las preguntas imposibles o vivir en el desconcierto de las preguntas estériles. Anhelar lo que no vives o, incluso, proyectarlo para otros en clave vocacional, sin gozarlo en el día a día de tu compromiso, son las «piedras de toque» de los religiosos y religiosas del siglo XXI.
El camino de la fecundidad no es el de la vistosidad. La vitalidad de nuestras congregaciones nada tiene que ver con la publicidad. El testimonio de libertad, no se encuentra en la notoriedad y el aplauso. Tiene uno la sensación de que vivir asomados a la ventana de las seguridades, está provocando en algunos religiosos la terrible incertidumbre de una inseguridad no evangélica. Se nos ha colado la necesidad de la garantía, estabilidad, juventud, prestigio y eficacia. Valores que cuando se absolutizan, se convierten en impedimentos evangélicos.
La vida religiosa es madura, mayor o vieja. Depende de lo que queramos suavizar el lenguaje. Pero es vida que se entrega, se derrama, se gasta y consume con sentido. Deberíamos superar el complejo de haber perdido el tren de la historia y decidirnos a subir a él. La sociedad no está necesitando una agilidad que no podemos ofrecer, pero si necesita un amor consolidado, una fe sostenida y una coherencia cuidada y acrecentada con el paso de los años. No está el peligro de la vida religiosa en las arrugas, sino en las seguridades que a lo largo de los años hemos abrazado y no nos dejan decidir con la libertad que soñamos.
La reforma de la vida religiosa no vendrá por quienes creemos que con nuestra fuerza «nos comemos el mundo», sino por aquellos que con edad para ser abuelos y abuelas, pueden contar una historia a nuestro tiempo creíble; porque los respalda la vida; serena porque han perdido la prisa; libre, porque no necesitan quedar bien; y evangélica, porque, en verdad, saben de quien se han fiado. Los religiosos y religiosas mayores denuncian, con amor, que el secreto y el futuro de la vida religiosa no pasa por ser ejecutivos, sino honestos.