Sin nostalgia
Acabamos de concluir la Semana de Vida Consagrada. En conjunto, unas jornadas muy bien articuladas y una reflexión que, desde mi punto de vista, ha ido con el paso de las horas cogiendo impulso para incidir en lo que conviene: la esperanza de la vida consagrada.
Es frecuente que, ante un mismo texto, cada uno encontremos en él lo que buscamos o necesitamos. Nos sentimos reafirmados o decepcionados según se garanticen nuestras expectativas y «verdades previas». No es fácil estar abierto o abierta a la esperanza sin prejuicios.
Hace unos años –en 2018– afirmaba Walter Riso que «la indiferencia jamás pasa desapercibida». Y curiosamente ese pensamiento me ha sacudido durante estos días contemplando a los asistentes. La mayor parte de ellos son personas conocidas. Rostros e historias que tejen la auténtica vida con-sagrada. Personas consagradas del siglo XXI en occidente. Jóvenes, muy jóvenes de culturas diversas, y ancianos muy ancianos, de una misma raíz cultural. Esta es la fotografía. Entre ambos, un minúsculo grupo de personas en «edad intermedia», con esperanza y escepticismo, también intermedios a partes iguales. Es el cuadro real de los consagrados que están en camino y dejándose encontrar por la esperanza… en nuestro hoy.
Y se preguntarán el porqué de la frase de Walter Riso… Pues sencillamente, porque la propuesta de esperanza en el texto, hizo que se removiesen las esperanzas y desesperanzas de la vida de no pocos participantes. Así, uno de los días, dialogando con una de las ponentes, sin habernos puesto de acuerdo, coincidimos en la sorpresa que nos producía descubrir tanto sufrimiento en algunas personas que buscan, en la vida consagrada, la esperanza para sus vidas. ¿Cómo es posible?
Está claro que el proyecto es el mejor de los imaginables: El discipulado sin interrupción, la proximidad con Jesús sin obstáculo, el amor como única guía y ley, la libertad como horizonte… ¿A quién que busque la totalidad no le va a llenar? ¿Quién se puede imaginar algo más completo y mejor?… No falla el proyecto. Quizá esté fallando la realización del mismo en algunas comunidades. Espacios que se han ido separando del ideal para discurrir por itinerarios más calculados, funcionales y mediocres donde se desdibuja el discipulado, se pierde la cercanía con Jesús, se tasa el amor y se ata la libertad.
No sirve para nuestra época el argumento voluntarista de que el que quiere sale adelante. Tampoco hacer depender todo de la responsabilidad personal. No se puede reprochar a la falta de pasión de las personas, lo que son debilidades institucionales. No sirve como iluminación para salir de la oscuridad la lectura y recordatorio de textos gloriosos de ayer. La teología para ser reconocida y convertirse en vida, necesita ser meditada desde una vida agradecida y querida. Es absolutamente imposible la esperanza en ámbitos de indiferencia que, aunque parece silenciosa, jamás pasa desapercibida y puede llegar a hacerse fuerte como contexto normal.
La gran tarea de la vida consagrada de este tiempo no es justificarse, ni defenderse. No hay enemigos que acechen desde «fuera» nuestra debilidad. Nuestra tarea es reinventarnos para desterrar la indiferencia que carcome la esperanza y hace viejas tantas propuestas de innovación y vida. Cuando esto no se ve, cuando tenemos pavor a mirarnos como hombres y mujeres capaces de dialogar con nuestra humanidad, necesitamos hacer un listado de peligros. Eso sí, son peligros externos. Casi todos de plástico o plasma, casi todos tangibles, medibles y facturables… Cuando no abrimos la expectativa para recrear una afectividad que cure la indiferencia… todo son añadidos que quedarán reducidos a la nada porque solo es «moda del momento». La enfermedad está en el corazón.
El estado natural de la vida consagrada no es la crisis. Su estado natural es la esperanza. Entender esto nos obliga a cambiar la mirada, la reflexión y el liderazgo. De lo contrario mostramos y vivimos supervivencia.
Por cierto, la frase completa de Walter Riso decía así: «Cuando ya no te quieran, lo sabrás, aunque no te lo digan. Lo sentirás desde lo más profundo porque la indiferencia jamás pasa desapercibida». Por eso, hay tarea: construir la esperanza devolviendo el corazón a las personas y a las estructuras. Por supuesto, sin nostalgia.