Número de VR Junio’2014

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Pentecostés: «Si quieres, puedes»

Junio, además de ser el mes en que celebramos Pentecostés es, en buena parte de la humanidad, un mes de exámenes. Quizá influenciado por el clima social, me he preguntado qué ocurriría con un hipotético examen a la vida religiosa. Estoy convencido de que las «asignaturas» de nuestra forma de vida, en conjunto, las aprobamos y con nota.

En la preocupación por la misión, por ejemplo, es claro que estamos en la barrera del sobresaliente. No conocemos religiosos tranquilos ante una realidad que sigue sufriendo. Además, hemos integrado que el conocimiento de Dios en nuestro mundo, pasa por que se permita la vida en fraternidad en él y un reparto equitativo de los bienes. Aprobamos también en la conciencia de que la consagración religiosa necesita una cualificación espiritual. No nos duele reconocer que la urgencia es más Espíritu, mejor vivido, con más tiempo y más paz. Hay muchos ejemplos en todas las congregaciones y en todas las comunidades. Es sobresaliente la apertura a la realidad. La conciencia de una necesaria formación para comprender y dejarnos comprender por el mundo. No se duda que la formación debe articular las decisiones y propuestas para que éstas no sean ni res-puestas a estímulos inmediatos ni «golpes de suerte» ni, mucho menos, improvisaciones. Es también de buena nota el esfuerzo consciente de la vida religiosa en la búsqueda de la comunión y la docilidad para aprender a «ser con otros». Hablamos de la misión compartida y las relaciones mutuas, que tanto tienen que ver entre sí. Recibimos buena nota, así mismo, en los proyectos de reestructuración y revitalización. No tanto por los logros cuantificables de los mismos, sino por la disponibilidad a emprender un éxodo que no sabemos a dónde nos va a llevar. Aprobamos también en la obediencia al Carisma, más allá de los carismas particulares. Vivimos abiertos a la interculturalidad y la intergeneracionalidad. La vida religiosa es intercongregacional. Se da una cierta «ruptura con la herencia» y, aunque, a veces, nos duele, estamos empezando a aceptarla.

Quienes hoy encarnan el servicio de gobierno, sin embargo, están en una difícil disyuntiva que nace de la praxis de mantener y arriesgar; conservar e impulsar; reivindicar la verdad y armonizar «verdades»… enterrar y soñar. Aparecen aquí dos asignaturas en las que tenemos que trabajar más… mucho más.

La primera es la capacidad de apasionar a los hermanos y hermanas. La segunda es apasionar a todos los hermanos y todas las hermanas. Nunca, como ahora, hemos sido tan sensibles a la fuerza transformadora del testimonio. De igual manera, nunca, como ahora, hemos sido tan frágiles ante el pecado de la acepción de personas, el trato diferenciado o las fracturas internas… porque quizá nunca se habían hecho tan evidentes y, silenciosamente, toleradas. Ambas realidades cuestionan no el principio teológico de la vida religiosa, pero sí la plausibilidad de que se realice con esquemas de liderazgo y gobierno muy afectados por el bussines empresarial.

La cuestión es compleja. La persuasión es el arma de la fe. Es un giro arriesgado desde el «sí o sí» hacia el «si quieres, puedes». Ahora, prima el testimonio, que ponga calor en tanta palabra. Ahora, se imponen contextos en los que recuperemos a tantos profesos que han perdido el amor familiar y ocupan sus días en sobrevivir. Necesitamos guías de la comunidad, tan enamorados de la misión del Espíritu, que hagan pequeña su tarea y así sobresalga el clima de pertenencia. Tenemos que inaugurar un Pentecostés en el que cada religioso, en cada edad y cada cultura, cuente las excelencias del Espíritu en su idioma, con su historia, sin ningún miedo. Cada uno, como icono viviente, debe creer y palpar que forma parte de la riqueza de su congregación. Ese es el primer paso hacia una revitalización y una nueva cultura vocacional. Y esa asignatura, hay que aprobarla ahora. Y con buena nota.