Para tener vida, recuperar el tiempo
Está claro que no nos referimos al pasado porque nunca volverá. Hay quien mira de reojo hacia atrás con la esperanza de que vuelva y traiga tanto bueno como el recuerdo selectivo ha magnificado. Lo cierto, sin embargo, es que lo bueno es lo que viene. El Espíritu rema hacia el mañana y en esa certeza somos capaces de gozar la Pascua.
Entre los retos que los religiosos tenemos que asumir para tener vida, nos sorprende la pregunta: ¿En qué estamos gastando el tiempo? Y aunque, en general, laboriosos, quizá tengamos que reconocer que no acertamos a poner primero, lo que, en verdad, es lo primero: las personas.
Es casi seguro que a esta generación que transitamos por el siglo XXI no nos preguntarán por los esfuerzos titánicos de actualización, ni tampoco por tantos y tan sesudos proyectos de reestructuración… Es evidente, que la vida religiosa no está dormida y se ocupa de su presente y futuro. Lo que ya no es tan evidente es qué está ocurriendo con las personas en este trayecto. Qué dedicación, qué diálogo y qué escucha nos estamos proporcionando. Se percibe cómo las estructuras no se quejan, aunque pierdan significación. Mientras tanto, las personas, guardan silencio –que es siempre difícil de discernir– porque van creciendo, o no, en una deriva solitaria. El individualismo, en su peor acepción, se muestra en las decisiones sin contrastar, en la vida a merced del impulso o en un horizonte mínimo donde «yo soy el norte y el sur». Pero, también en el servicio de animación por mail, la sensibilización por asamblea, o la pertenencia sostenida por encuentros, reuniones, congresos o carteles… A una realidad, de quien camina solo, responde otra –peligrosa– donde se huye del encuentro personal, del acompañamiento en la normalidad, o del hacer preguntas por el sentido de la vida; por si la respuesta no fuese la esperada.
Recuperar el tiempo para los hermanos y hermanas es el primer principio de revitalización, que tan atareados nos tiene. No hay manual de liderazgo que no insista en este aspecto, aun cuando lo que nos ocupe y prefiramos sea modelar la estructura. En un año tan especial para la vida consagrada, como el actual, antes que rótulos y convocatorias –mucho más que hacer memoria de lo que fuimos–, debe aparecer una ocupación real por lo que somos. No existe la vida religiosa de esta época más allá de lo que vive, sueña y espera cada religioso y religiosa. Y, caer en la cuenta y responder a ello, no es tan fácil. La pluralidad y fragilidad de unas latitudes, unida a la juventud y falta de historia de otras, ofrece un panorama complejo en el que se hace imprescindible un liderazgo con visión que sepa recuperar el tiempo al servicio de la vida de sus hermanos, y no tanto al servicio de sí mismo.
El ejercicio del gobierno requiere vida compartida, tiempos muertos –que son vivos–, momentos en los que no pasa nada –solo la vida–, para crecer juntos. Cuando llega la dificultad o la situación grave, es verdad que aparece siempre la ayuda. Pero, como no hace mucho me decía un religioso de mediana edad, «quizá entonces la ayuda me resulte tan fría o anónima como la de un sanitario haciendo su tarea de emergencia». A lo peor pensamos que el servicio de animación es útil por si pasa algo cuando, en verdad, su razón de ser no es la utilidad ni la emergencia. Quizá este año, entre tanto congreso y ruido, podamos aprender que el «nudo de la cuestión» es que, antes que los titulares, hay personas que buscan y necesitan compañía en la búsqueda. Que el religioso y la religiosa crece en creatividad cuando hay un clima de confianza y no de control. Que además, trabaja en sintonía de Reino, cuando descubre que es valorado y especial para sus hermanos. Que cree en la novedad de su congregación, cuando ésta se construye desde los pequeños valores de cada uno, y no siempre desde los mismos. Podemos recuperar tiempo si salimos de las redes de la eficacia y nos atrevemos a respirar el aire puro de la mística. Solo necesitamos dos cosas: creer y querer ¡Casi nada!