Congreso Continental de Vida Religiosa de la CLAR, 13 al 15 de agosto de 2021
(Liliana Franco Echeverri, odn). Todavía tenemos en el corazón el buen sabor de lo vivido durante el Congreso, esa certeza que nos dejó lo compartido, de que la Vida Religiosa del continente está tejida de rostros. Los rostros de tantas mujeres y hombres que a veces, incluso con cuotas de sudor, de sangre, de profetismo, de mística y de martirio, le han dado expresión a una Vida Religiosa que, aunque en ocasiones ha claudicado acorralada en el miedo, la parálisis o el escepticismo, no para de preguntarse, también en época de incertidumbres, por el más de la entrega y de la renovación que trae fecundidad.
Durante los días de Congreso, nos convencimos de que a la sociedad y a la Iglesia del Continente le urge que avancemos decididos hacia la configuración de una Vida Religiosa con rostro Intercongregacional, Intercultural e Itinerante. Este hoy del mundo y de la tierra, nos plantea el imperativo de habitar la realidad con los ojos abiertos, atentos a captar contemplativamente las situaciones concretas de sufrimiento que viven los demás y estar dispuestos a ser guardianes de la esperanza. En ese contexto, intercongregacionalidad, interculturalidad e itinerancia, se constituyen en las tres Ies que configuran el rostro de la Vida Religiosa del Continente, las que nos movilizan e interpelan.
Intercongregacionalidad
Como una expresión de eso que el Espíritu puede hacer en nosotras y nosotros cuando nos disponemos a desaprender, ya que nos liberamos de formas y modos enquistados que nos quitan vigor. Así, nos abrimos a la riqueza que surge de sumar carismas, sensibilidades e intuiciones, movilizados por el deseo de responder a los desafíos de la misión y por la invitación a ensanchar el corazón para querernos, caminar como expertos en comunión, siendo sincera y sencillamente hermanas o hermanos en misión.
Interculturalidad
Como el don que nos enriquece y en torno al cual se nos convida a validar la existencia del otro, a reconocerlo en sus posibilidades y carencias, a compartir su andadura y su suerte, a padecer su dolor y celebrar su gozo, a sabernos convergiendo en la misma historia y corresponsables del futuro, optando naturalmente por el cuidado como una forma de existir.
Para nosotras y nosotros, cuidar de la dignidad humana, del bien común, de la riqueza y de la expresión propia de cada pueblo, insertarnos en cada tierra con respeto reverente, habitar cada parcela del Reino con mirada contemplativa, actitud de escucha y disposición al compromiso, debe ser la opción desde la cual se impregne de estilo evangélico la consagración.
Itinerancia
Como el modo de ser y situarnos ante la historia. Debemos ubicarnos en condición de caminantes, en esa permanente andadura, al interior sin tregua y al exterior sin excusa. Situados ante la vida de nuestros pueblos con entrañas de misericordia, conscientes de que la compasión no puede ser un apéndice fruto de la sensibilidad, debe ser la consecuencia de la opción que hemos hecho por Jesús y su Reino. Y desde ella, será necesario tejer nuevos estilos de relación, menos invasivos y colonizadores, más dignificantes; menos sobreprotectores y paternalistas, más capaces de empoderar y hacer que surja lo mejor del otro.
Itinerancia para que se actualice el compromiso solidario con los sufrientes de la historia, para que, en permanente movimiento, en flexibilidad y apertura a la realidad, sepamos actualizar las respuestas que permanecen en el tiempo, las que surgen inspiradas por el Espíritu y hacen que trascendamos las miopías que nos sumergen en el lugar del confort.
Estos últimos años, entre nosotras y nosotros, ha resonado de manera especial la voz de la Madre que nos dice: “Hagan todo lo que Él les diga” (Juan, 2, 5). Sentimos que ya es la hora.
Es verdad que somos conscientes de la carencia, de que algo se acabó. Escasea el vino. Las cifras revelan disminución, el ritmo de la vida denuncia activismo, los lugares geográficos y existenciales, en los que muchos estamos, dan cuenta de acomodación, las prioridades de nuestros proyectos y agendas gritan dispersión y superficialidad…
Algo falta, urge transformación. Tal vez y a pesar de las evidencias, si nos disponemos para la escucha que conduce a la conversión, reconoceremos que disponibles al querer de Dios, atentos a Jesús y haciendo lo que Él dice, lo mejor está por llegar. Será posible el signo.
A la Vida Religiosa, justo cuando el vino escasea, le corresponde evidenciar el signo, permitir que acontezca, visibilizarlo. Hoy más que nunca, de lo que se trata es de actualizar el compromiso, renovar las opciones, unirnos para que con la mirada puesta en Jesús y a la escucha de su Palabra, podamos empeñarnos en vivir con autenticidad, sencillez y alegría…mucha alegría, nuestra vocación.
Estamos convidadas y convidados a resanar las grietas por las que se desangra la vida, la paz, la dignidad y la esperanza. Renovar la fe y creer que podemos hacerlo con confianza en los procesos, en lo comunitario, en lo gratuito, lo germinal y a punta de semillas fecundas en el arte de la solidaridad, el profetismo y el encuentro.
Este es el tiempo, la hora propicia para jalonar el futuro tras largas horas de oración contemplativa, en las que resuenen la voz del Espíritu, los clamores de la realidad y la experiencia originaria de nuestros carismas fundacionales. Es el momento para buscar incansablemente cómo ir más allá, más a prisa y sin contener ni acorralar la gracia para volver a la dimensión misionera e itinerante de la Vida Religiosa. Hacer sencillamente posible que las tinajas transformadas desborden Evangelio.
El Congreso, construido colectiva y comunitariamente, en sumatoria de fuerzas, sensibilidades y posibilidades, fue ya expresión de la Vida Religiosa en la que creemos, esa que está habitada por la riqueza de la diversidad y abocada al compromiso intercongregacional para hacer posible la vida…más vida, para todas y todos.
Que retomar en esta revista los textos y experiencias en torno a los cuales se tejió el Congreso, nos conduzca al anuncio del Evangelio que humaniza, a caminar con otros, a actualizar la ofrenda de la vida, a vaciarnos en el arte de amar; al profetismo de lo comunitario y al trabajo sin tregua por la justicia.