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No pasa semana sin que, por gentileza del antivirus gratuito que he instalado en mi ordenador, me llegue algún aviso de ese tipo. Al principio entraba en pánico imaginando pequeños espías con gorra, tipo comisario Villarejo, acechando detrás de la pantalla para grabar lo que estaba escribiendo. También me venían a la memoria esos personajes un poco siniestros que aparecen en algunas películas de  santos espiándoles para pillarles en falta, como  aquella monja envidiosa que no le quitaba el ojo a Bernardita de Lourdes, empeñada en demostrar que su cojera era puro fingimiento y no por culpa de su pierna hecha papilla. Sin llegar a tanto, a una compañera mía de noviciado que se quejaba de dolor de riñones,  la enfermera, de pocas luces,   le decía: “Hermana, usted se queja porque está  muy ocupada de sí misma”. La pobre se tragó el diagnóstico y cuando cambió de casa y la superiora se alarmó al verla  doblada en dos por el dolor, ella le dijo: “No se preocupe, solo es ocupación propia”. Menos mal que en  urgencias vieron que era un cólico nefrítico.

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