Normativa

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A Jesús le preguntan cuál es el primero de todos los mandamientos. Se lo pregunta un escriba, una persona que conocía bien las 613 normas de la ley de Dios en esos tiempos. Una gran cantidad de prohibiciones y regulaciones, camino seguro para los que quieren ser buenos.

Y Jesús extrae como entre los dedos, cómo quien no quiere la cosas, los dos mandamientos principales: el Shemá Israel (El Dios de la historia, el mandamiento que todos conocían) y el amor al prójimo. Pero Jesús los logra unir indisolublemente.

No hay nada concreto en ellos, solo lo inconcreto y difuso de dos amores que ahora sólo forman uno. No se dice que hay que hacer esto o lo de más allá (Como esas penitencias reclamadas de cuántas avemarías y padresnuestros), no son caminos de una sola vía y cerrados. Son la apertura inmensa (y también la puerta estrecha) que nos deja a nuestra libertad no el esfuerzo de cumplir sino la imaginación desbordada de ser fieles al amor. Un amor que se torna impredecible, que no depende sólo de uno mismo, que tiene una increíble gama de colores y una forma cambiante. Un mandamiento (ya no dos) que nos lleva fuera de nosotros mismos para invitarnos a vivir en la intemperie cálida de los otros y del Otro que ya no se pueden separar.

Lo inconcreto escandalosamente concreto, porque el amor ha de tomar carne cada día, porque no se puede amar en abstracto, porque los caminos son casi infinitos pero hay que hacerlos manchándose con el barro que a veces nos encontramos. Jesús sale una vez más del entorno estéril y seguro, de las 613 balizas, para llevarnos a la enormidad de un horizonte siempre nuevo.

Y, quizás, intentando vivir todo esto nos pueda decir también que no estamos lejos del Reino de Dios.

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