El evangelio nos recuerda lo que “en aquel tiempo” vivieron los discípulos con Jesús, y revela también lo que en nuestra celebración eucarística vivimos nosotros con el Señor: Oímos lo que ellos oyeron, preguntamos como ellos preguntaron, creemos lo que entonces a ellos les fue revelado.
Les dijo Jesús: “No perdáis la calma”. Se lo dijo a ellos porque los alcanzaba la noche, la hora de Jesús, su despedida, la zozobra de la comunidad, la dispersión de los suyos. Nos los dice a nosotros, que nos acercamos al final de la Pascua y que, en la escuela de la fe, aprendemos a amar al Señor sin verlo.
“No perdáis la calma”: Se lo dice a los suyos el pastor que va a ser herido y sabe que su rebaño se dispersará. Nos lo dice el que conoce nuestro nombre y nuestra voz, nuestro paso y nuestro corazón, nuestros miedos y nuestras esperanzas.
“No perdáis la calma”: Lo dice el que se ha hecho uno de nosotros para hacer con nosotros el camino de la vida. Lo dice el amigo que nos precede, la voz que nos sosiega, la mano que nos sostiene. Lo dice el que va a ser apresado a quienes van a ser liberados, el que va a ser herido a quienes van a ser curados, el que va a morir a quienes van a resucitar.
El tiempo se ha hecho de oscuridad espesa por la violencia que sufren los débiles, los pequeños, los empobrecidos, los justos. Con Jesús, con sus discípulos de ayer, con los creyentes de hoy, no sólo experimentamos nuestra debilidad frente al mal, sino que nos escandaliza la debilidad de Dios, la impotencia de Dios, la ausencia de Dios, el abandono de Dios. “Satanás ha reclamado a los hijos de Dios para cribarlos como trigo”. Vivimos tiempos de prueba para la fe.
Por eso, el mismo que nos dice: “no perdáis la calma”, añade: “Creed en Dios”. Que es como decir: Sabed que Dios se ocupa de vosotros. “Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta… Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón en todo su fasto estaba vestido como uno de ellos”. Si crees, no temes, pues sabes que Dios cuida de ti.
Y añadió: “Y creed también en mí”, pues para vosotros he venido, por vosotros he entregado mi vida, y por vosotros vuelvo al que me ha enviado, pues “me voy a prepararos sitio… para que donde estoy yo estéis también vosotros”.
Y tú, comunidad creyente y probada en tu fe, vives hoy en la Eucaristía el misterio que se te ha revelado en la Encarnación: recibes al Señor que viene a ti, abrazas al que se entrega por ti, y entras por la fe en el “sitio” que Cristo te ha preparado, entras en quien será para ti, para siempre, tu casa del cielo.
No tengas miedo.
Feliz domingo.