El último número monográfico que ha publicado la Revista Vida Religiosa se titula “Vida Religiosa ¿vida feliz?” En él se aborda el tema de la felicidad desde ángulos distintos e interesantes que nos pueden ayudar a realizar una buena reflexión personal y comunitaria. También hubo una publicidad de unas jornadas de Confer, que decían “soy feliz pregúntame ¿por qué?”, me vienen a la memoria otros slogans y publicidades donde se abordaba la felicidad en la vida religiosa.
Decían los sabios griegos que antes de entablar un diálogo convenía primero acotar o definir los términos llegando a un consenso sobre cada concepto. Si buscamos en la RAE la definición de felicidad nos da tres acepciones: “1. f. Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. 2. f. Satisfacción, gusto, contento 3. f. Suerte feliz”.
Si nos quedamos con la primera, por ser más amplia y acorde con nuestro tema, podemos decir que en la vida religiosa más que con complacencia hemos identificado la felicidad con la ausencia de problemas, de conflictos, de sufrimiento… con un sentimiento placentero más que con una opción integral de vida que de vez en cuando roza la plenitud. Con la complacencia de un “bien”, más que con la complacencia de nuestro “Bien”. Pulula por nuestro consciente colectivo la idea de que la felicidad es una obligación “emanada de lo alto” para todo religioso, cual pastilla o gragea que se injiere en la profesión y a partir de ese momento te hace efecto “las 24hrs al día”.
Da igual que no se hablen los problemas, que no haya planteamientos y proyectos de presente ni de futuro, que te sientas solo o que algunos hermanos se asfixien en nuestras estructuras, da igual que el mismo pobre siga pidiendo en nuestra puerta después de 20 años, da igual… “tú sé feliz”. Has de sonreír, tener siempre buenos consejos para repartir y vivir una existencia a medio camino entre el infantilismo y la ramplonería, ah! – muy importante- y no hagas preguntas…
También están los que se han posicionado en el bando contrario, es decir, aquellos que han hecho de su insignia el mal humor. Todos conocemos hermanos y hermanas un tanto gruñones o más bien con un carácter de mil diablos que no han sonreído en su vida y si les preguntas te dicen: ¡ni falta que me hace!
Si la felicidad es la complacencia en la posesión de un “Bien”, yo me pregunto ¿cuál es mi bien? ¿Dónde está? ¿En qué me complazco? Jesús. Mis hermanos. La vida. Y a la vez constato que esto no me evade sino que me implica, no me aísla sino que me comunica, no me protege sino que me hace más vulnerable, no me reserva sino que me expone… y así es muy difícil conseguir un grado de “felicidad” aceptable para cualquier baremo que se precie. Tampoco me sale morder a la gente cuando me saluda…