No hay sacramento sin Palabra

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Pongo Palabra con mayúscula porque me refiero a la Palabra de Dios. Aunque por otra parte, esta Palabra siempre nos llega con minúscula, a través de palabras humanas. Desde el punto de vista cristiano, las palabras humanas de la Biblia son las que mejor expresan la Palabra de Dios. Pero esta no es exactamente la cuestión que me mueve a escribir este post. Lo que me mueve es una discusión de la que fui testigo presencial. Contaba un sacerdote que, tras una boda con Misa celebrada un sábado por la tarde, en la que las lecturas habían sido las de “la boda”, alguien le preguntó si esa Misa “valía” como Misa del domingo. A partir de ahí aparecieron distintas opiniones: uno decía que “no valía”, porque las lecturas no habían sido las de la Misa dominical. Otro dijó, para justificar su opinión de que esa Misa sí valía como Misa del domingo, que lo que importaba en la Misa no eran unas u otras lecturas, sino “la consagración”.

Digo todo esto sin demasiada precisión, para que se entienda lo que quiero plantear. ¿Qué es lo que da valor a la Eucaristía, las lecturas bíblicas o la plegaria eucarística? Las dos cosas. De forma que una sin la otra no tendría sentido ni valor. Las lecturas bíblicas son parte esencial de la Eucaristía y de todo sacramento, incluido el de la penitencia, dicho sea de paso, porque cuando el sacramento de la reconciliación se celebra según el rito individual, el sacerdote olvida muchas veces que la lectura bíblica es parte esencial del rito, tal como está estipulado en los rituales. Vuelvo a la Eucaristía. El Concilio Vaticano II recordó que “las dos partes de que consta la Misa, a saber: la liturgia de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas, que constituyen un solo acto de culto”.

Si estamos ante un solo acto de culto, que consta de dos partes, o por decirlo con más precisión, de dos mesas, la Mesa de la Palabra y la Mesa del sacramento, resulta claro que si prescindimos de una de esas partes, no estamos realizando el acto de culto, sino otra cosa. Precisamente porque la Palabra es indisociable de la Eucaristía, cuando se lleva la comunión a un enfermo, está previsto que, antes de entregarle la Eucaristía, se tenga una lectura de la Palabra de Dios, aunque sea breve. También para el enfermo es importante la Mesa de la Palabra, porque en ella Cristo mismo se hace presente como luz que ilumina la inteligencia y ofrece sentido para la vida.

 

En la Eucaristía, y en los otros sacramentos, la Mesa de la Palabra no es una especie de introducción de la que se pueda prescindir. Ella forma parte del sacramento, ella indica de qué modo este sacramento tiene fuerza y eficacia en una determinada circunstancia de mi vida. Sin Palabra, el sacramento se queda sin luz y corre el riesgo de confundirse con un acto mágico