NECESITAMOS NECESITARNOS

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Es evidente que el arte no es carne de masas. Esforzados como estamos en volver a la normalidad ­–¿quién la recuerda?– tenemos más empeño en ser prácticos que artistas; más en resultados que en expectativas; más en voluntad que en emoción.

Ante una misma realidad las personas reaccionamos de manera bien diversa. Y así debe ser. Nos falta, eso sí, la capacidad y humanidad para compartir nuestras diferentes visiones. Ahí radica el problema, en dejar que sea el silencio quien explique y dé forma a lo que debería ser el arte de la vida en común.

Tampoco el arte es una realidad unívoca. Hay infinidad de manifestaciones artísticas. Los extremos, sin encontrarse, nos manifiestan que es o puede ser tan artístico el minimalismo estricto, como el barroco abigarrado y hasta un poco asfixiante. Y todo es arte y todo puede evocar, transportar y elevar el pensamiento y la esperanza.

Y una vez constatadas que así son las cosas, uno se pregunta ¿por qué resulta tan complejo llegar a puntos de encuentro, de acuerdo o de comunión? ¿Por qué nos falta tanto arte para compartir la experiencia más maravillosa que poseemos (o nos posee)… la vida?

Los consagrados, por opción –no por inercia– compartimos vida. Es nuestro sino, nuestra razón de ser, nuestra esencialidad. Nada que objetar a los principios. La pregunta es ¿qué vida compartimos? ¿con qué calidad o arte? Y aún más, ¿qué capacidad estamos posibilitando para que nazcan nuevas expresiones con arte de vida compartida? Porque ahí está la cuestión de fondo. Somos consagrados por una causa, el Reino, con unos principios históricos claros, pero con una realización social y cultural que ha cambiado radicalmente. Y creo que no querer darse cuenta de ello es uno de los principios de la infelicidad y, por consiguiente, de la infidelidad. Porque la fidelidad y la felicidad se buscan… y encuentran.

Soy de los que creen en la maravillosa fuerza de las palabras. No es lo mismo pronunciar con convicción vida o muerte; esperanza o conformismo; bendición o crítica… Nuestras palabras no solo nos delatan, también nos configuran y predisponen. Forjarse en palabras de esperanza conduce a un estilo de vida esperanzado, de igual modo que forjarse en negatividad o murmuración conduce a vidas acomplejadas y estériles. Pero no basta con generar palabras, también hemos demostrado ­–sobradamente– poder vivir con palabras maravillosas existencias mediocres. Necesitamos despertar, salir y encontrarnos con el arte de vida que Dios quiere para nosotros. Necesitamos imaginar y construir una vida, la propia, como experiencia de ser amados por Dios y no juzgados por Él; necesitamos, es verdad, el don de la reconciliación interior y gozar con el abrazo de Quien nos reconoce íntegramente… y no solo por lo que hacemos bien. Y esa es una experiencia profunda de fe y si ustedes quieren de arte, porque la fe es mirar de frente la vida con arte.

En estos días en los que tantas comunidades se reencuentran para empezar –que no continuar– una vida juntos o juntas, me parece imprescindible reivindicar el arte. Asumir el gozo de lo no acabado o concluido; restañar heridas que comenzaron siendo rasguños sin importancia, pero por falta de arte se fueron abriendo y sangran. Me parece urgente y emocionante, volver a la experiencia de la convocatoria donde es más importante el arte y el detalle que el principio general. Me parece imprescindible olvidar quién manda y recuperar el arte del mandato de Dios: la fraternidad. Creo que es un tiempo excelente para familiarizarnos con el arte de la humanidad, que nos hace tan diferentes y tan vulnerables; tan capaces y dependientes; tan libres y pequeños que siempre necesitamos necesitarnos. Creo que es un tiempo propicio para pensar cómo ayudarnos sin condicionarnos; creernos sin evaluarnos; acercarnos sin invadirnos; construirnos sin adoctrinarnos. Creo que es el tiempo de la felicidad de compartir vida… Eso sí, con arte, dejándonos sorprender por lo diferente y rica que en cada quien se llega a mostrar.