Necesidad

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Llega Pentecostés, la gran Pascua, la tercera (Navidad, Resurrección y Pentecostés). Todas hermosas, plenas y desbordantes. Todas desproporcionadas y regaladas.

El Espíritu es el que sigue empeñado en hacer nuevas todas las cosas, en renovar la faz de la tierra como cantaremos. Es el desbordamiento de un Dios ya desbordado en la encarnación, la cabezonería de una esperanza que reconstruye y recrea, la libertad densa de un acercamiento primero que borra todas la deudas y ayuda a perdonar a los deudores. La grandeza de lo diminuto que pasa desapercibido tantas veces, pero que siempre está presente por doquier. La suavidad de una caricia que muchos dudan que pueda ser de Dios porque siguen pensando que ha de ser áspero, duro. La misericordia dibujada un millón de setenta veces siete, desde la creación del mundo, cuando el Espíritu revoloteaba feliz sobre las aguas, soñando lo que ya estaba siendo e iba a ser, anticipando el amor que no sabe más que perdonar y reconstruir. La certeza de comunidades débiles en un Belén siempre en parto, siempre lleno de estrellas y de una Galilea fresca con sabor a pescados a la brasa y fragancias de resurrección cotidiana. La tranquilidad de saber con las entrañas que el Reino, aparente fracaso, sigue siendo pequeño grano de mostaza que cobija e interpela.

Necesitamos el Espíritu. Sólo hay que pedirlo y acogerlo, mimarlo y dejar que haga. Necesitamos necesitar y desbordarnos, dejar que la locura de las tres Pascuas nos lave la suciedad de las seguridades aprendidas y renueve, una vez más, la faz de nuestras vidas. Ven…

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