Navidad, eucaristía, pobres: en todo te visita tu Dios

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Los textos para la Misa del día de Navidad nos ayudan a entrar en el misterio de ese niño que nos ha nacido.

Lo que has visto en la noche, te dejó en el corazón la memoria de un niño, un recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre: te atrajo su pequeñez, te asombró su fragilidad, te enamoraste de su pobreza, reconociste su humanidad.

Ahora, la palabra te toma de la mano y te lleva a la contemplación de lo que no se ve.

El niño que has visto, anuncia la paz por la que claman los amados de Dios, trae la buena noticia que necesitan los pobres.

El niño que has visto, es consuelo de Dios para su pueblo, es rescate de Dios por nuestra vida.

En ese niño, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”, en ese niño han visto a Dios cara a cara,

En la noche se te ha anunciado el parto de la Virgen María, te has asombrado por la humildad del nacimiento de Jesús, has visto cosas que guardarás como un tesoro en tu corazón.

Ahora se te revela el misterio de un Hijo que es “reflejo de la gloria de Dios e impronta de su ser”, un Hijo que “sostiene el universo con su palabra poderosa”, un Hijo por el que Dios nos ha hablado en esta etapa final de la revelación.

Aquel niño, ese Hijo, es la Palabra que estaba junto a Dios, es la Palabra que todo lo ha creado, es la luz verdadera que alumbra a todo hombre.

Aquel niño, ese Hijo, es la Palabra hecha carne, que “acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

El misterio de la Navidad lo revivimos en el misterio de la eucaristía, en el que la Iglesia aprende la humildad sublime de lo que vemos, y confiesa la grandeza humilde de lo que no se ve.

Vemos un pan, un humilde pan, un sencillo y pobre pan, que se reparte entre todos porque, siendo muchos, somos uno, porque, siendo diferentes, somos hermanos, porque sencillamente nos amamos.

Vemos un pan y confesamos la grandeza de lo que celebramos: Dios-contigo, Dios-con-nosotros, como una eterna Navidad; la Luz, la Palabra, el Hijo de Dios acampando en nuestro corazón, entrando en nuestra vida, iluminando nuestra noche.

Pero es aún más asombros el misterio de Navidad que revives en tu encuentro con los pobres.

En ellos, en su hambre y en su sed, en su desnudez y en su soledad, encuentro a mi Dios más humilde si cabe que en el pan de la eucaristía: Dios indigente, Dios necesitado de mí, Dios saliendo a mi encuentro para hacerme rico son su pobreza. Sólo veré pobres: pero en ellos me visitará el Señor del cielo y de la tierra.

Navidad, eucaristía, pobres: en todo te visita tu Dios.

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