A Jesús los saduceos, para probar el sinsentido de la resurrección le lanzan una pregunta, no exenta de cierta burla (7 maridos-hermanos que buscan a su mujer legítima que legítimamente había sido de los 7, todo ello después de muertos). Es una pregunta avalada por una autoridad: Moisés y la ley que había dado de parte Dios.
Y Jesús, genial como siempre, le da la vuelta y citando también a Moisés afirma que Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Lo afirma desde el episodio central (no desde lo secundario de una ley sobre matrimonio) en la vida de este gran profeta: el de la zarza ardiente . Una zarza que no se consume, una manifestación de Dios que le da la misión y el sentido de su vida. Un acontecimiento que marca un antes y un después en su vida y en la del Pueblo (salida de Egipto y entrada en la tierra prometida, Pascua)
Un Dios que dibuja la vida en cada uno de sus trazos y una vida en conexión con la historia, con nombres concretos: Abraham, Isaac y Jacob. Un Dios que se deja de complejas y estúpidas disquisiciones y que va a lo esencial porque «para él todos están vivos»
No importan siquiera nuestras incredulidades, nuestros juegos de prestidigitación racional, nuestros miedos, nuestras estrecheces. Importa lo único: el empeño suave de un Dios de vivos que permanece fiel a nuestra propia historia en el aquí de los cuestionamientos y en el allá de las certezas. La resurrección no será un hacer todo nuevo, podría ser más bien un plenificar lo que aquí vivimos, con las limitaciones de lo que somos, para seguir siendo nosotros (Abraham, Isaac, Jacob, Andrea o Paula) pero libres de lo que nos hace daño y con lo que hacemos daño. Libres para vivir la libertad anhelada durante toda una vida, la libertad del amor que nos deslocaliza y nos descentra. Libres para que nuestra verdad más profunda (nuestro bien más profundo), eso que no solemos enseñar, se haga pública y generosa, sin exabruptos o presunciones. Y libres junto con los demás, no en compartimentos estancos de individualidad egoísta.
Quizás también nos encontremos con esos Saduceos (de ayer y de hoy) que están empeñados en negar a Dios su propia esencia: la vida. Y también puede que la mujer de los 7 hermanos siga sonriendo al ver como ellos continúan buscando un vínculo que sólo puede regalar el amor.