jueves, 18 abril, 2024

MÍSTICA DE OJOS ABIERTOS

A veces se piensa que la mística es un fenómeno extraño, extraordinario, y reservado a unos cuantos elegidos. En realidad, la palabra mística hace referencia al misterio por excelencia, a Dios. La mística, bien entendida, es una experiencia de fe, un desarrollo de la fe. Y la fe es un encuentro de la persona con el Dios vivo que nos sale al encuentro.

Ahora bien, en las condiciones de este mundo todo encuentro con Dios está mediatizado. No hay encuentro inmediato del hombre con Dios. Todo encuentro se realiza a través de mediaciones. De ahí la gran importancia que, en la teología y en la espiritualidad católicas, tienen los sacramentos, porque ellos son unas mediaciones privilegiadas para encontrar a Dios. Los sacramentos no se limitan a los clásicos “siete” signos de los que hablan los catecismos (el primero bautismo y el último extremaunción). El sacramento por excelencia de la presencia de Dios en nuestro mundo es el prójimo, ya que cada vez que hacemos el bien a un hermano, en su situación de pobreza o enfermedad, con quién nos estamos encontrando es con Dios mismo.

Se comprende así que un teólogo como J.B. Metz haya hablado de una “mística de ojos abiertos”. Puede parecer una contradicción, porque lo que sugiere la mística es la oscuridad, el no ver, la noche oscura del alma. Y, sin embargo, la fe tiene no solo su momento de oscuridad, sino también su momento de luz. De ahí que la mística, que es una forma de vivir la fe, tenga también su luz, no una luz que ciega (como sería la visión directa de Dios), sino una luz que permite ver con más profundidad. La mística de ojos abiertos mira la realidad y, sobre todo al ser humano, con la mirada de Dios, desde la libertad de los hijos. De ahí que descubre en todo la presencia de Dios.

Por eso, la mística, lejos de apartarnos del mundo, nos compromete aún más en la construcción de un mundo más justo y más humano. Si la mística nos separa del hermano, es una falsa mística. Si nos acerca al hermano, para ayudarle en su pobreza y en su necesidad, es una buena mística. Por eso, místicos somos todos los cristianos, siempre que nos abramos a la acción del Espíritu Santo. Esta apertura a Dios, por su Espíritu, necesariamente nos abre al hermano.

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