Educar es un acto de amor
(Montserrat del Pozo). “Educar es un acto de amor” nos ha recordado recientemente el Papa Francisco y efectivamente toda la innovación educativa que necesitamos hoy en el siglo XXI comienza por amar a cada uno de los alumnos, que son los verdaderos protagonistas de su aprendizaje y que por ello deben estar en el centro de toda Escuela, de todo Proyecto Educativo y en el centro de toda plegaria, porque “Si el Señor no edifica la casa…” (Salmo 126). Y si esto es válido para todo maestro, mucho más para los que hemos consagrado nuestra vida a esta sublime misión: la de ser maestros a imitación del Maestro.
El Año de la Misericordia, recién concluido, nos sitúa a los religiosos educadores en el mismo corazón de la Misericordia, porque la primera obra de misericordia espiritual es precisamente “enseñar al que no sabe”. Facilitar el aprendizaje es una excelente y urgente obra de misericordia, a la vez que es respuesta al mandato evangélico “Id y enseñad” (Mt 28,19)
Nada tiene más valor en el mundo que la persona, por esto ser educador es tener la oportunidad de seguir viviendo a fondo el compromiso de nuestra consagración/misión. Educadores, personas consagradas que dedican su vida a ayudar a que sus alumnos lleguen a ser la mejor edición de sí mismos, porque educar es “sacar de ti tu mejor tú, ese que no te viste y que yo veo, nadador por tu fondo, preciosísimo” (Salinas). Colaborar, favorecer, ayudar a sacar lo mejor de cada alumno, porque en el fondo de cada uno, en su interior –en este fondo por el que debe nadar el educador, en el que debe entrar respetuosamente y con admiración– es donde se encuentran las capacidades a las que hay que saber dar oportunidad de desarrollo.
2017 un año para seguir –debidamente adaptado– el viejo consejo de Píndaro a los atletas: “Religioso educador sé lo que eres” y ayuda a tus alumnos a ser lo que son: personas, obras maestras, hijos de Dios.