MIRADA CON LUPA: ENTREVISTA A AMEDEO CENCINI

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Si alguien puede ofrecernos diagnóstico e itinerario de sanación en la vida consagrada es Amedeo Cencini. Posee tantas horas de reflexión y oración como de experiencia de acompañamiento y gobierno. Está motivado por la esperanza pero no huye de las situaciones difíciles que observa. Dos constantes en su pensamiento nos llaman poderosamente la atención: la necesidad de que cada persona consagrada se defina y la urgencia de inaugurar una auténtica experiencia de fraternidad. Ambas constituyen la confesión de Amedeo para la Revista Vida Religiosa.          

Usted es un buen conocedor de la vida consagrada en su conjunto. ¿En qué situación nos encontramos?

Me resulta difícil reconocer que seguimos estando en la travesía del desierto hacia la tierra prometida que parece muy lejana. Seguimos luchando con la crisis, asumiendo situaciones bien difíciles como la disminución numérica y el envejecimiento; el necesario e inevitable drama de cerrar las obras y comunidades y la sensación de ser cada vez menos importantes en la Iglesia y en el mundo.

Lo que preocupa (o debería preocuparnos) es precisamente esta actitud casi de resignación, para adaptarnos a la situación, con poca capacidad profética e innovadora, que nos deja pasivos ante ciertas tendencias, cuando lo que cabría esperar de nuestra vocación es administrar la  situación con sabiduría clarividente.

Por ejemplo, la vida consagrada de sexo masculino está, a mi modo de ver, en un proceso de  clericalización progresiva: hay sacerdotes religiosos que no sabrían qué hacer si no están comprometidos en la pastoral parroquial. Esto es grave, porque indica que corremos el riesgo de perder la especificidad carismática y original, que es el primer elemento de atracción de nuestra vida.

Por otro lado, todavía no aparecen tantas mujeres en las congregaciones que encarnen desde la feminidad su poder y expresen lo mucho que ha cambiado la imagen de la mujer en la cultura y en la sociedad. Han de ofrecer una vida que contrarreste la  imagen de las mujeres consagradas que ha quedado obsoleta y, claramente, no es atractivo para una joven de hoy.

Me parece que carecemos del espíritu de discernimiento del que continuamente habla el papa Francisco. Nadie espera para invertir el sentido de la historia, pero hay que saber discernir este sentido, entender que el Espíritu nos conduce. O lo que es lo mismo, captar cómo la gracia está presente en esta crisis, ¿qué tipo de vida y de futuro se abre ante nosotros, sin ningún tipo de nostalgia del pasado?

De todos modos, no soy pesimista en absoluto. La vida consagrada también está dando signos muy obvios de vitalidad e imaginación. Solo hay que mirar el fenómeno de las llamadas nuevas formas de vida consagrada. Por supuesto, algunas de ellas necesitan orientación y cierta corrección de la ruta, pero, en sí, ya son un dato significativo y prometedor. Dicen que la raíz aún es fructífera. Quizás no todos saben que si sumamos los miembros de los institutos tradicionales con los de las nuevas formas de vida consagrada se alcanza un número muy notable, tal vez el más alto alcanzado en la historia de la vida consagrada. Entonces, ¿cuál sería la crisis de los consagrados?

Lea la entrevista completa en Revista VR, noviembre (2017) 9 vol.123 (suscripciones@vidareligiosa.es)