jueves, 28 marzo, 2024

MIRADA CON LUPA

CollageAño de la Vida Consagrada…

Llega el tiempo de las decisiones

El «Año de la Vida Consagrada» está llegando a su fin. Vuelven a la retina memorias, encuentros, congresos… En ellos, afirmaciones, más o menos, redondas y de éxito. Ríos de tinta en artículos y publicaciones. Mucha reflexión y esfuerzo. Mucha vida compartida que, en definitiva, es lo que se pretendía. Se ha celebrado que esta forma de seguimiento está viva y goza de salud. La propuesta era hacer memoria agradecida, soñar un futuro esperanzado y celebrar un presente apasionado. Haciendo balance, ha pesado más la memoria que la proyección. Nos hemos acercado a algunas personas significativas que nos ofrecen ese rostro plural de la vida religiosa y nos dejan la inquietante tensión de tomar decisiones que abran futuro.

Luis A. Gonzalo Díez, cmf., director de VR

Situaciones que hacen pensar…

La misma vida religiosa que suscitaba no pocos recelos, es la que, de repente, por arte del Espíritu en el papa Francisco, y la palpable fuerza de los medios de comunicación, ha hecho que dediquemos un año a la alabanza de un estilo de vida que siempre ha tenido su reconocimiento en el corazón de Dios. Todo esto sin ocultar que, ha vivido y está viviendo un proceso de desgaste tan fuerte que, incluso, nos lleva a pensar que el seguimiento de Jesús bajo la vivencia de los votos necesita una profunda reforma.

La cuestión no reside tanto en qué se debe hacer, lo que se denominaría la acción de la Iglesia, sino la significación de esa acción. La realidad ha evidenciado que las presencias y las obras que las expresan se muestran cansadas y, en buena parte del mundo, agotadas. No necesita la vida religiosa la reiteración de su importancia y valor para mostrar la gratuidad de Dios, sino su viabilidad y vitalidad para un hoy muy diferente.

Si en los años inmediatos del posconcilio la urgencia era definir teológicamente la vida religiosa y sus caminos, hoy la emergencia es conectar con la realidad, interpretar e integrar los procesos de desgaste, y también de adecuación a la realidad para saber qué es y qué futuro tiene la vida religiosa. El peligro de proponer el deber ser siempre está ahí, pero el divorcio de este tiempo entre el papel –o la red– y la vida es abismal.

La noticia real de la vida religiosa nos la ofrecen los religiosos y religiosas que cada día cuestionan y preguntan a su propia existencia desde unos valores de trascendencia que no han situado en el recuerdo, sino en el guión de la actualidad de la propia vida.

Hacia la emergencia…

El necesario desplazamiento hacia la emergencia no lo está conquistando la vida religiosa merced a sus congresos, incluso –me atrevería a decir– a este año de la vida consagrada, sino por aquellos grupos de religiosos y religiosas pequeños, signo, efímeros que están en cada rincón de nuestro mundo dando vida. Hemos podido comprobar cómo la inspiración y renovación de los religiosos nace de las vidas compartidas con la realidad, especialmente de la que sufre. Los tratados sobre misión compartida con el laicado, no logran su efecto de complementariedad y luz, si no es por quienes nos están enseñando en su vivir lo que significa escuchar, contrastar, discernir y dialogar.

Llegó el tiempo de aprender a morir y dejar paso a otra vida religiosa en Europa, pasar la experiencia de ilegalidad y éxodo de los emigrantes en América del Norte, confiar en la promoción desde la debilidad en el caminar del pueblo latinoamericano, cultivar el misterio y la fiesta unida a la vida como expresa la iglesia africana o abrir la experiencia teologal de manera más holística y ecológica, como nos regala la vida consagrada en Asia.

Esta interculturalidad, sin duda el acento de la vida religiosa del siglo XXI, nace de la experiencia de comunidades pequeñas, plurales y descentralizadas que se han situado en las fronteras de la Iglesia. El reto ahora está en escuchar estas realidades que convocan a la vida y saber proponerlas, después, como proceso.

Nuestro sitio, la humildad…

Si algo podemos constatar como conclusión y descubrimiento de esta etapa del siglo XXI, es que la vida religiosa ha entendido que su sitio, condición y presencia es la humildad. No acabamos de ver con claridad que esta haya sido una conquista en fe, sino una resignada actitud ante lo evidente. Un ritmo de mundo y de vida frenéticos, nos van dejando al margen de buena parte de decisiones que el mundo y las personas en él, van tomando. Además sin la escucha de los principios teológicos que hemos sostenido o nos sostienen. Al menos, no se asemejan ni en el fondo, ni en la forma como los hemos vivido, expresado y exigido.

La vida religiosa es un don válido, valioso e incontestable. Las formas pueden estar, ciertamente, acabadas. Y no pasa nada, si guardamos fielmente el fundamento que nos guió y nos guía. La gratuidad del reino, necesita ser ofrecida de manera expresiva y clara; la exageración de la opción; la donación del tiempo; la alegría sin precio; la fraternidad sin compensación, la decisión de «perder para ganar» y la libertad sin cadenas, son necesidades de quien abraza el seguimiento. Son signos «inútiles» para un mundo perfecto, pero imprescindibles para quien hable de Reino y para la sociedad que busca el recuerdo de lo bueno, lo saludable o feliz… el recuerdo de Dios que reside en el corazón de toda persona.

Dolores Aleixandre, rscj., teóloga

“No eres más cuando te alaban ni menos cuando te vituperan: lo que eres, eso eres delante de Dios”. Creo recordar que esto lo dice el Kempis y es una excelente sentencia que retrata algo de lo vivido este Año de la Vida Consagrada: me ha parecido que, de pronto, las instancias eclesiásticas empezaron a valorarnos muchísimo y a decirnos cuánto nos querían, y eso sin que hubiéramos cambiado demasiado con respecto a la época anterior, cuando resultábamos tan sospechosos que dejaron de contar con nosotros. Menos mal que lo que somos, eso somos, afortunadamente para nosotros.

En medio de tanto discurso, creo que ha faltado señalar más algo estupendo que nos está pasando: que como nos sentimos más pobres, nos estamos volviendo más humildes; y a menos autosuficiencia (no sé cómo va la de los varones, la nuestra desde luego está menguante…), la cercanía fraternal y sororal está en fase creciente en cuanto a apoyo mutuo, proximidad y colaboración. Antes del año, en el año y después del año.

Pedro Aguado, Sup. Gral. de los Escolapios

Está terminando el Año de la Vida Consagrada, un año intenso para todos los religiosos y religiosas, y para tantos jóvenes que se plantean, con coraje y audacia, seguir a Jesús como a lo único necesario, como religiosos o como religiosas. Estuve presente en la Asamblea de los Superiores Generales en la que el papa Francisco anunció el Año de la Vida Consagrada. Concluyó así sus palabras: “Les propongo que osen decisiones evangélicas, con fondo de renovación y fecundas de alegría; podrán así despertar al mundo”.

Para mí, esta es la clave de lo que está sucediendo en la vida consagrada: hemos sido llamados a la autenticidad, a la plenitud, a la intensidad vocacional, al encuentro con los pobres, a la centralidad de Jesucristo, al coraje evangélico. Y esta llamada era muy necesaria, no porque fuese nueva, sino porque nos ha ayudado a tener claro dónde está el centro, y a vivirlo.

En el grupo en el que yo vivo mi seguimiento del Señor, la Orden de las Escuelas Pías, hemos asumido este año con profunda alegría, y en él hemos celebrado nuestro Capítulo General, que fue convocado bajo el lema de “Discípulos y Testigos”. Puedo compartir con todos vosotros que la dinámica del Año de la Vida Consagrada nos ayudó a comprender que ninguna “Política” o “Línea de Acción” que fuera aprobada por el Capítulo sería portadora de vida y renovación desconectada del gran desafío de la vida consagrada: vivir el seguimiento del Señor Jesús con profunda alegría, entrega y amor; compartir ese seguimiento en comunidad de hermanos y testimoniarlo con autenticidad entre los niños y jóvenes a los que dedicamos nuestra vida. Creo que este año ha sido una oportunidad para redescubrir de modo nuevo ese centro. Y creo que en un futuro cercano, la vida consagrada está llamada a seguir caminando en esta dirección de la vivencia intensa de lo esencial, a orar confiadamente al Señor de las llamadas, y a tomar sus decisiones desde las claves que han hecho de este año un “año de gracia”.

Quim Erra, oh., Hospital Sant Joan de Déu

Creo que lo más importante es que ha permitido a nivel interno de las congregaciones e institutos, hacer una reflexión realista, mirarnos, contrastarnos, y ayudarnos a ir a aquello que es más esencial de nuestra vida. Cierto que más como reflexión que quizá con expresiones concretas. Pero hacer camino sin buenas reflexiones no suele ser un buen itinerario y, por tanto, creo que ha sido un buen servicio a la vida religiosa. Tengo la percepción que durante este año hemos pensado, hemos compartido y hemos rezado, y las tres acciones son de gran valor y necesidad para la vida religiosa. A nivel externo, creo que se ha conseguido darle más visibilidad a una vida religiosa que ya no responde (de manera mayoritaria) a tópicos y estereotipos de antaño. Se ha tenido la oportunidad de presentar la realidad de la vida religiosa desde su pluralidad y sobre todo desde el gran compromiso social y eclesial que asume y lidera.

¿Qué me parece urgente en la vida religiosa próxima?

En mi opinión, quizá nos falta terminar de encontrar la visión del “futuro inmediato”. Todos hablamos de necesidades de cambio, de revitalización, de encarnación de los carismas a la realidad actual, pero no siempre atinamos, opino desde la limitación de mi visión y conocimiento, en cómo dar forma a esta nueva vida religiosa que tan bien sabemos enmarcar en la literatura y en la reflexión. Creo que la vida religiosa es realmente un potencial, un “chorro de vitalidad evangélica” que está demandado a gritos nuevas expresiones y estilos de relación interna y externa, que necesita liberarse todavía de ataduras e inercias de antaño, que debe dejar fluir y arriesgarse, para presentar una manera de vivir los carismas que de verdad sea una opción de vida para las personas creyentes del siglo XXI.

Mauro Jöhri, Sup. Gral. de los Capuchinos, Presidente de la USG

El año consagrado a la vida religiosa está llegando al final y son muchos los que se preguntan cuáles han sido los frutos de esta iniciativa. La respuesta no se puede deducir. Hubo iniciativas a gran escala organizadas por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que han visto reunirse en Roma un gran número de formadores y, como consecuencia, de jóvenes en formación.

Generalmente, quien ha participado en ellas se ha manifestado muy positivamente sobre todo lo que ha recibido y sobre la experiencia que ha realizado. Además, este año debía ser un evento eclesial, destinado a dar a conocer y apreciar el don que los consagrados y las consagradas representan para la Iglesia. Esto ha dependido mucho de la sensibilidad de las diversas diócesis. Sin embargo, creo que la coincidencia con el Sínodo sobre la familia y la preparación del Jubileo de la Misericordia han eclipsado, al menos en parte, el tema de la Vida Consagrada.

Gozamos de la gracia de tener como papa un religioso, el papa Francisco, y él desde que subió al solio de Pedro no ha cesado de darnos impulsos e indicaciones muy preciosos sobre cómo vivir nuestra vocación hoy. Existe un presente que se ha de vivir con pasión y un futuro que se ha de abrazar con esperanza. La vida consagrada tiene una profunda necesidad de renovarse, de arriesgarse más.

La invitación del Papa a ir hacia las periferias, a cuidar realmente a los pobres y a compartir su vida debe ser tomada en serio. Aún estamos demasiado preocupados por salvar nuestras instituciones y nuestros privilegios de antaño. El papa Francisco nos invita a dar pasos marcados por la audacia, pero para hacerlo es necesario una conversión interior muy fuerte, un vivir decididamente de la fe y de una profunda amistad con Cristo, crucificado y resucitado. Esto puede convertirse para todos nosotros en un momento de profunda renovación, preocupándonos menos por tener vocaciones, y más por ser testigos creíbles de aquel que “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios…” (Flp 2,6s.).

Luis González-Carvajal, pbro. teólogo

Tengo la sensación de que el Año de la Vida Consagrada ha sido un enriquecimiento para los consagrados y sus Institutos porque ha provocado encuentros y reflexiones enriquecedoras. Además ha permitido constatar el aprecio de la Iglesia por la vida consagrada; esto último, en España, está quizás más acentuado como consecuencia de algunos relevos episcopales que han tenido lugar en el pasado reciente. Tanto lo uno como lo otro resulta especialmente importante en este tiempo en que la penuria vocacional, con sus secuelas de envejecimiento, cierre de obras muy queridas, etc., ha minado un poco la autoestima de los consagrados. Soy, en cambio, más pesimista sobre los frutos que ha producido el Año en el resto de la Iglesia (¡de la sociedad en general, mejor no hablar!). He hecho un pequeño sondeo entre varias personas de la Parroquia preguntándoles: «La Iglesia suele dedicar cada año a un tema importante de la vida cristiana para sensibilizarnos sobre él: ¿Sabes qué Año estamos celebrando actualmente?». El resultado del sondeo fue descorazonador. A pesar de que hemos hablado del Año en varias ocasiones y le hemos dedicado algunas peticiones en la oración universal, ni una sola persona supo contestarme correctamente. Me temo que, para la mayoría de la gente, solo «existe» lo que aparece de modo más o menos habitual en los medios de comunicación social. En estos momentos me parece urgente interiorizar mejor el delicado equilibrio que exige la encarnación: «ser con los demás» y «ser distintos de los demás»; como Cristo, que fue «en todo igual a nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4,15); o –dicho de forma gráfica– ser «raros (es decir, distintos de los demás), pero no raritos», porque el peligro de toda encarnación es acabar conta giándose también de lo defectuoso de quienes nos rodean (vida confortable, cristianismo «light», etc.).

En segundo lugar, aumentar la autoestima de los consagrados. Un religioso indonesio, que fue alumno mío hace unos años, me comentó que en España había constatado una baja autoestima en los religiosos, y más todavía de las religiosas; algo que no ocurría en su país (él no decía «baja autoestima», sino «tristeza»). En su opinión la causa era que la cultura dominante en España considera la vida consagrada como una reliquia del pasado; y, como apenas surgen vocaciones, parecería que no les falta razón a quienes piensan así. Además –seguía diciéndome– la baja autoestima de quienes están dentro disuade de entrar a quienes están en contacto con ellos; y, a medida que pasan los años sin que apenas entren (o perseveren) personas nuevas, disminuye todavía más la autoestima, resultando así un círculo vicioso. No sé hasta qué punto llevaba razón; lo cuento como me lo dijo.

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