Oído el evangelio de este domingo, en el alma y en los ojos se nos queda la imagen de Cristo crucificado: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él, tenga vida eterna”.
Considera lo que has oído y entra en el misterio que se te revela.
Hoy contemplas a Cristo levantado en la cruz, y reconoces en él el árbol de la vida, fuente de la salvación, revelación de las profundidades del amor con que Dios ama.
Ya hablaba de Dios y de la vida la serpiente levantada en el desierto, memoria de la Ley divina que salva, señal de salvación para quienes la miraban y creían, es decir, para quienes escuchaban y obedecían.
Ahora el evangelio nos indica la realidad que la figura anunciaba, la Palabra encarnada que la Ley significaba, el Hijo enaltecido que la serpiente de bronce representaba.
Ahora miras, crees, y vives. Ahora, Iglesia del desierto, miras, crees, y eres curada de la mordedura de la antigua serpiente. Ahora miras, crees, y recibes vida eterna.
Lo que ahora contemplas es el misterio de Cristo crucificado y glorificado, levantado en el desierto donde los hombres peregrinan, levantado para que el mundo vea, crea y se salve.
Asómate al misterio y goza con la salvación: Dios, tu Dios, te ha dado a su Hijo, y este Hijo, levantado ante los ojos de la humanidad herida, es para ella señal de salvación, memoria del amor de Dios, sacramento de la vida que Dios da. Esa señal, esa memoria, ese sacramento es Jesús de Nazaret. ¡Asómate y goza!
No me digas lo que la información o tu propia experiencia te permiten saber acerca de Jesús de Nazaret. Todos, como el fariseo Nicodemo, podemos presumir saberes sobre Jesús, incluso podemos llegar a decir que “sabemos que viene de Dios como maestro”. Pero estos son saberes nuestros, que vienen de nosotros mismos, que pueden hacer de nosotros alumnos de un maestro o seguidores de un gurú, pero nunca podrán hacer de nadie un creyente. Los creyentes nacen de Dios, con ojos que sólo Dios puede dar, y luz que sólo Dios puede encender. Y porque nacen “de lo alto”, la fe les permite mirar a Cristo crucificado y ver la salvación que viene de Dios; ellos miran a Cristo entregado, y admiran el amor que Dios les tiene; ellos miran al Hijo del hombre, que ha sido elevado en medio del campamento, y encuentran en él la vida que sólo Dios puede dar. ¡Asómate al misterio y goza de él! ¡Mira, contempla y ama!
Hemos hablado de la serpiente de bronce, levantada en el desierto. Hemos hablado del Hijo del hombre, “elevado para que todo el que cree en él, tenga vida eterna”. Hemos recordado misterios de la fe. Pero todavía se nos llama a un nuevo conocimiento. También éste viene “de lo alto”: hoy, en medio de nuestra asamblea, la fe contemplará elevado al Hijo del hombre, como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Pan de vida para los que peregrinan en el desierto, sacramento admirable de Cristo resucitado. Mira, contempla y, “de lo alto”, sabrás que Dios te ha hecho vivir con Cristo, que Dios te ha resucitado con Cristo, que están con Cristo en el cielo a la diestra de Dios.
¡Asómate al misterio y goza de él! ¡Mira, contempla y ama!
Y aún has de contemplarle elevado en los pobres: Sólo con la luz “de lo alto” lo reconocerás: el necesitado al que tú acudes para que viva, se te manifestará como tu vida.
“Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti…si no pongo a mi Señor en la cumbre de mis alegrías”.
Feliz domingo.