Mira, alégrate, ama

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¡El Señor ha resucitado! No se aparte de él la mirada de tu fe, Iglesia cuerpo de Cristo.

El Espíritu de Dios ha removido en la noche la piedra que cerraba la sepultura, la de Jesús y la nuestra, y sobre el mundo, sometido hasta aquella hora a la esclavitud de la muerte, amanece, con Cristo resucitado, la luz de la vida.

Mira a tu Señor, asómbrate de su luz, alégrate de su vida, ama al que tanto te amó, al que por ti se entregó, al que abrió delante de ti el camino de la esperanza.

Mira, alégrate, ama: “Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto… Éste es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia… Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al recinto eterno… Él es la Pascua de nuestra salvación” (Melitón de Sardes).

Mira, alégrate, ama: Verás con cuánto amor te buscó, oveja perdida, el buen Pastor de quien te habías ausentado. Verás con cuánta humildad se puso a tus pies y te lavó el que te preparaba para que tuvieses parte con él. Verás con qué mansedumbre se dejó sacrificar por ti este Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que “marcó nuestras almas con su propio Espíritu, y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre” (Melitón de Sardes).

Mira, alégrate, ama, Iglesia cuerpo de Cristo, pues la misericordia del Señor ha llenado tu tierra, él te escogió como heredad suya, él se fijó en tu sufrimiento, en tu esclavitud, en tu llanto, y vino a ti, humilde, para salvarte.

Mira, alégrate, ama, Iglesia mártir de la fe, Iglesia perseguida, Iglesia humillada, Iglesia de los que tienen hambre, Iglesia de los arrancados por la injusticia a su tierra, a su familia, a su vida, Iglesia de los enfermos, de los abandonados, de los marginados, de los empobrecidos, mira, alégrate y ama, pues a ti, atada como Isaac sobre el altar de la muerte, tu Dios, en su Hijo muerto y resucitado, te ha abierto el sendero de la vida.

Mira, alégrate, ama. Une tu voz a la de Cristo en la hora de su resurrección, y que resuene en el cielo el eco de vuestro canto: “El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación”.

Resuene en la tierra y en el cielo el Aleluya pascual, pues “hoy nuestro Salvador destruyó las puertas y las cerraduras del imperio de la muerte, destruyó la cárcel del abismo y arruinó el poder del enemigo”.

¡Cristo ha resucitado!

Mira, alégrate, ama, Iglesia que celebras la Resurrección de tu Señor, pues de Cristo resucitado es la palabra que escuchas en tu eucaristía, con Cristo es con quien en ella comulgas, y a Cristo es a quien amas cuando escuchas y recibes a sus pobres.

Feliz Pascua, Iglesia cuerpo de Cristo.