Mi preferida

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Celebramos el misterio del Bautismos del Señor: “Apenas se bautizó el Señor se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre él como una paloma. Y se oyó la voz del Padre, que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

Ahora, Iglesia de Cristo, entra en ese misterio que celebras.

Abre los ojos de la fe y verás que se te ha abierto la morada misma donde Dios habita, pues oyes la voz del Padre, ves al Espíritu Santo, y se te revela la presencia del Hijo predilecto del Padre.

Me dirás con razón que tal cosa es imposible.

Es verdad: nosotros no podemos traspasar la frontera de Dios, pero él puede traspasar nuestras fronteras: es él quien ha venido a tu morada, a tu tierra, a tu pobreza.

El misterio de Dios se ha hecho tan cercano al hombre que pasa por la vida del hombre Cristo Jesús. El cielo se ha hecho tan cercano a la tierra que la Trinidad Santa la ilumina con la claridad de su luz.

Escucha ahora el evangelio de este día: “Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”.

En Dios, ésas son palabras de un diálogo eterno de amor.

Pero ahora son también palabras de un diálogo con el hombre, palabras pronunciadas en nuestra tierra, en nuestro tiempo, sobre uno de nosotros, sobre uno como nosotros, sobre un pobre.

Recuerda, Iglesia santa, con cuánta insistencia se te ha dicho durante el tiempo de Navidad que hoy termina: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Recuérdalo y admira lo que eso significa. A ese hombre, a ese hijo que nos ha nacido, a ese niño que se nos ha dado, a esa carne de nuestra carne, a ese humillado que se bautiza entre los humillados del mundo, el Padre Dios puede decirle con toda verdad: “Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”.

Lo que era verdad sólo en el cielo, lo es ya también y para siempre en la tierra.

Ése es, Iglesia santa, el fondo luminoso de tu fiesta de hoy.

A ese fondo, añade luego los detalles del misterio que contemplas: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu… Promoverá fielmente el derecho”.

Ves que en ese hombre nuevo se dan la mano el Hijo y el Siervo, el amado de Dios y el que Dios ha enviado a promover el derecho entre los hombres, el que es elegido de Dios y el que es luz de las naciones.

Aún no has considerado, sin embargo, lo más asombroso del misterio que celebras, pues a Cristo Jesús, al Siervo de Dios, al Hijo preferido del Padre Dios, tú has sido unida en admirable comunión por la fe, de tal modo que puedes decir con verdad: Él se bautiza y yo soy purificada; él se bautiza, y yo soy santificada; él se bautiza, y sobre mí baja el Espíritu Santo; él se bautiza, y yo oigo la voz del Padre que me dice: “Tú eres mi elegida a quien prefiero”.

De esa comunión admirable y dichosa es sacramento la eucaristía que estamos celebrando. No olvides tu pobreza, Esposa de Cristo, que hoy haces comunión con el Hijo de Dios. Dichosa tú, que has creído, porque hoy los cielos se abren para ti, y baja sobre ti el Espíritu del Señor, y la voz del Padre te penetra con su declaración de amor. Dichosa tú, humanidad nueva, que el Señor ha llamado con justicia, que tu Dios ha tomado de la mano, para hacerte luz de las naciones.

No olvides tu pobreza, no olvides que eres amada, no olvides a los pobres.

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