MESIANISMO PREOCUPANTE

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Frecuentemente, salvamos preguntas inquietantes sobre la identidad argumentando que tenemos “mucho que hacer”. La preocupación por lo que se ha de enseñar disminuye la percepción de lo mucho que se ha de aprender. A mí, me desconcierta cierto tono mesiánico impostado que paradójicamente reaparece en nuestros fueros cuando ya nos creíamos sinodales. Y es que una cosa es el lenguaje y otra, muy diferente, la realidad de la vida.

Desde la perspectiva de la vida consagrada hemos de estar muy atentos porque con cierta insistencia y cada cierto tiempo, ante la sumada y contrastada debilidad, reaparece la “especial consagración” como conjura frente a un tiempo que consideramos inhóspito. Y aquí, justamente, reside el problema. En la visión del mundo, de la realidad y de la acción de Dios en ella. Sin decirlo, pero sin disimulo, nos sobreviene la terrible tentación de decirle al Señor de la Historia que no nos gusta esta historia que ahora está escribiendo y que necesitamos otra por la que pueda discurrir, cómodamente, nuestro relato de historia pasada de fortaleza.

Ciertamente, sabemos “cocinar” esta nostalgia con ciertas “especias de innovación”. Hablamos de corresponsabilidad, complementariedad y sinodalidad. Pero no nos engañemos, el paradigma es profundamente clerical y las propuestas sortean el discernimiento, cediendo a un consentido adoctrinamiento porque es un terreno seguro, conocido y bien trillado.

La realidad nos va situando en una tesitura vocacional donde las palabras se redimensionan y acogen el sentido profundo la existencia. Recientemente, el papa Francisco enviaba un mensaje al Congreso de vocaciones ¿Para quién soy?, asamblea de llamados para la misión y decía: “Pensemos en la DANA que golpeó varias regiones de España a finales de octubre. Una situación que nos interpela profundamente, y que deja al vivo la idea de «para quién soy». Cuántos testimonios de valentía, de solidaridad, de ver que en ese contexto lo que tengo, lo que soy, tiene un propósito concreto: los otros. Y cuando no es así, se ve claro el amargor, el clamor de la tierra y de Dios que nos reclaman: «¿No eras tú responsable de tu hermano?» (Cf, Gn 4,8-11)”. Y honestamente considero que esa es la esencia de la Alianza, la clave transformadora de nuestra identidad, nuestra visión y nuestra misión en el mundo. Identidad como hermanos, visión como esperanza, y misión como ofrenda humilde de nueva comunión. Cuando la iluminación de “ser para otros” está a medio gas, la identidad queda difuminada, sostenida en textos e historias otrora fuertes, y hoy desconectados y desencantados.

Quizá todo consista en cambiar la mirada. Aprender a mirar, adaptar la vista a una realidad que se presenta nueva, desconcertante y con luces tan diversas y fuertes que frecuentemente nos deslumbran. Una experiencia parecida a cuando salimos de un espacio de sombra a la luz plena sin pasos graduales de preparación. En ese “de repente” nos perdemos y empezamos a ver el mundo no como la creación amorosa de Dios, sino como la confusión y confluencia de “ismos” (materialismo, hedonismo, individualismo…), que hay que combatir, cuál Quijote frente a los molinos de viento, sin acabar de comprender y asumir, que es luchar contra nuestro propio ADN que hemos de empezar a amar, para cambiar; asumir, para redimir y comprender, para iluminar. En el mensaje citado del papa Francisco, decía también que se trata de “una mirada capaz de percibir la necesidad del hermano, no en abstracto, sino en lo concreto de unos ojos que se clavan en nosotros como los del paralítico del templo”. Y esa es la clave, mirar la realidad y encontrarnos con sus ojos que se concretan en personas, situaciones, historias y vivencias en las que, por supuesto, está Dios y hoy nos enseñan, con pedagogía nueva, cómo la historia de la Alianza se mantiene nueva, actuante, transformadora y viva. Solo nos falta una cosa, “venderlo todo”, mirar de nuevo y cambiar el corazón, para que pueda cambiar el relato. Así tendremos vida y llenaremos de vida a los hombres y mujeres de nuestro mundo a quienes honestamente queremos servir, y por quienes asumimos el don vocacional de la consagración.