«ME LAVÉ Y EMPECÉ A VER»

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La mañana de la resurrección del Señor no sucedió nada que mereciese la atención de los historiadores.

Fue un amanecer como todos los amaneceres.

Pero aquella mañana hubo prisas inusitadas, sobresaltos, miedos y alegría nunca antes experimentados. Y todo por unas palabras, unas pocas y humanas palabras que sólo Dios podía juntar, y que, juntadas por él, quebraron para siempre el misterio de la muerte: “no está aquí: ha resucitado”.

Quienes las oyeron y creyeron, vieron sus vidas trastocadas del todo y para siempre.

“No está aquí: ha resucitado”. Es éste un anuncio que no puede ser noticia, porque no lo son jamás las cosas de Dios.

Hoy tampoco lo será la presencia del Señor resucitado, aunque la fe lo reconozca con certeza en medio de los fieles, en el confinamiento de la casa familiar, en el corazón de cada uno de nosotros.

Al mundo de la fe pertenece también la piscina del Enviado y lo que tú has vivido en ella: la luz que en ella te iluminó, el mundo nuevo que te entró por los ojos desde que, por el bautismo, te sumergiste en la muerte y resurrección de Cristo Jesús.

Nada de eso llegará a los noticiarios del mundo, pero tú, con todos los bautizados, lo estarás celebrando en la comunidad de fe: “el Señor me untó los ojos, fui, me lavé y empecé a ver y a creer en Dios”.

Cristo Jesús, tu Señor, él es el corazón de tu fiesta, la razón de tu eucaristía, la luz que vino a la oscuridad de tu noche para conducirte al esplendor de la fe.

“Ahora somos luz en el Señor”. Y el apóstol nos apremia: “Caminad como hijos de la luz”.

Caminad escuchando la palabra de Cristo Jesús.

Caminad en comunión con Cristo Jesús.

Caminad imitando al que es vuestra Luz.

Caminad aprendiendo la bondad de Cristo Jesús, la justicia de Cristo Jesús, la verdad de Cristo Jesús.

Caminad aprendiendo a Cristo Jesús: seguidle, y tendréis la luz de la vida.

No será noticia para nadie, pero tú, de la mano de Cristo Jesús, has entrado hoy en la casa del Señor, su bondad y su misericordia te acompañan, ellas serán tu escolta todos los días de tu vida.

Aunque camines por cañadas oscuras, nada temerás, pues te sosiega la voz del amado, la luz que él ha encendido dentro de tu corazón.

Seguro que no será noticia para nadie, pero lo que vives hoy en la Eucaristía se quedará contigo hasta el cielo.

Hoy para ti se pronuncian palabras que sólo Dios puede juntar.

Feliz encuentro con Cristo Luz.