MAYO, MES DE MARÍA: PRETEXTO Y TEXTO

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Al parecer, en Grecia, el mes de mayo estaba dedicado a la diosa Artemisa, diosa de la fecundidad. Algo parecido sucedía en la antigua Roma: el mes de mayo estaba dedicado a la diosa Flora, diosa de la vegetación. Mayo es un mes eminentemente primaveral. En el hemisferio norte empieza la primavera y la naturaleza se muestra fecunda. Por eso también se habla de mayo como mes de las flores.

Todas las ocasiones son buenas para reavivar nuestra fe, a condición de que sepamos distinguir la ocasión de aquello que la ocasión nos sugiere, y no demos importancia a la ocasión sino a la sugerencia. Lo importante no es el pretexto, sino el texto. El pretexto, en nuestro caso, puede ser la primavera. El texto es María. Y puestos a relacionar la fecundidad con María se puede recordar que tampoco, en este caso, lo decisivo es María, sino el bendito fruto de su vientre. No el que María fuera fecunda, sino el resultado de la fecundidad de María. Si las flores de mayo son ocasión de honrar a la Virgen María, ella nos orienta a otra realidad mucho mayor. Por eso es oportuno recordar las palabras que María dijo en Caná a los sirvientes de la boda, referidas a Jesús: “haced lo que él os diga”. Si mayo es pretexto para honrar a María, María es camino seguro para encontrar al único Salvador. Si no terminamos en Jesús no hay cristianismo que valga.

El mejor elogio que puede hacerse de María es calificarla, como hace su parienta Isabel, de “la que ha creído”. Feliz ella porque ha creído en la Palabra del Señor. El Concilio Vaticano II se refirió a ella como “peregrina de la fe”, o sea, como aquella que encuentra su mejor lugar en el seguimiento de Cristo. Y por eso a ella se aplica la bienaventuranza de la fe: felices, sí, verdaderamente felices los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan, como ella lo hacía fielmente. Todo lo demás, comparado con esto, es secundario. Por este motivo Jesús corrige el elogio que una mujer quiere hacerle piropeando a su madre, como todavía hacemos nosotros al decir “viva la madre que te parió”. Jesús replica: no se trata de los pechos que me amamantaron ni del vientre que me llevó, sino de acoger la Palabra de Dios. Y ahí, en la acogida de la Palabra, todos tenemos las mismas oportunidades.

Contemplando la vida de María, totalmente modelada por la Palabra de Dios, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, misterio por el que Cristo viene a habitar en nuestra vida. Pues todo cristiano que cree concibe, engendra al Verbo de Dios en sí mismo. La fe es la cuestión fundamental tanto en María como en todos los seguidores de Jesús: ¿me fío o no me fío de Dios? Hasta el punto de que sólo así puede cumplirse la última bienaventuranza de Jesús: “dichosos los que creen, sin haber visto”.