MAL ALUMNO

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«Él, a pesar del ser Hijo, aprendió, sufriendo a obedecer».

¡Qué antiguo y qué poco pedagógico el proceder de Dios! Tener que sufrir para aprender. Ni nos gusta, ni nos apetece, ni nos anima… Y sin embargo, fue así.

Hay algo en nuestra sensibilidad actual que nos previene contra lo costoso y trabajoso. Tenemos una piel muy fina para aceptar el proceder de Jesús en los momentos más crudos de su vida. Y nos lleva a justificar, traducir, contextualizar y revisar -y todos los “ar” que se nos ocurran- para que los días decisivos del Maestro sean más digeribles socialmente.

Esta necesidad manifiesta una incapacidad para afrontar la vida como viene y aprender de ella. La revestimos de psicologismos que pretenden dulcificar lo que llevó a Jesús a la muerte. Y la muerte es dura, exige un proceso de renuncia y anuncia un camino de agravios.

Él, que no tenía por qué, lo hizo para que yo pudiera adornar su Viacrucis. Su situación de Hijo no le evitó el dolor, para que hora mi bautismo me defienda del sinsentido.  Aprendió -con la humildad que supone vaciarse- para llenarse y que yo jugara con mis saberes. Y sufriendo obedeció para mostrarme que nadie obedece tan gratuitamente y con facilidad.

Se acercan días santos. Se arrastra un año oscuro. Y si no saco las consecuencias y descubro las enseñanzas de este tiempo vivido no me ha servido de nada el ejemplo. Mal alumno para tan buen Maestro.