LUCÍA

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Hace ya un tiempo, al inicio del curso parroquial, Lucía se acercó a nuestra parroquia para hacer la catequesis de comunión. Lo que en principio parecía una niña inquieta, algo nerviosa, incluso hiperactiva, como diríamos hoy, poco a poco fue desvelando que su historia requería más atención de la prestada. Conocimos que vivía en una casa de acogida, que padre no tenía, y que la madre se las arreglaba como podía para poder verla los fines de semana. Además, Lucía tenía diagnosticado un trastorno de personalidad, había pasado en su corta edad por infinidad de colegios y algunas cosas más…
 
Ahora se acercaba a una comunidad, donde, sin duda, esperaba ser acogida. Pronto empezaron las dificultades, la catequista se veía incapaz de controlarla, de mantener su atención… poco a poco se originó un interesante debate en el grupo sobre ella. Escuchamos discursos sobre la defensa del bien común sobre el individual, la integración, la ayuda a personas con algún tipo de discapacidad, etc. Tras mucho pensar y reflexionar… Lucía no encontró su sitio con nosotros, no supimos hacer el esfuerzo que requería su presencia. Ella, la última de los últimos, no encontraba hueco en un lugar donde estamos predicando continuamente la acogida de los mismos.
 
Esta situación me llevó a cuestionar y tratar de reconciliar las contradicciones que tenemos en nuestros lenguajes, palabras y formas. En nuestros discursos hablamos de un Dios amor, pero qué difícil se hace concretarlo. Hablamos de los preferidos de Jesús, pero como una coletilla bien pensante, que no nos complica, hablamos de caridad…  hablamos, hablamos…
 
Lucía no quedó desamparada. Una religiosa del barrio se ofreció y le está transmitiendo a Jesús…  a ella, Lucía, con rostro. 
 

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