En ella se presentan dos formas de enfrentarse a un inminente “final de los finales”. Los cuerdos gritan, lloran y sufren, mientras que los locos mantienen una actitud totalmente distinta. Ellos bailan, sienten lejos el dolor de otros momentos y los miedos de antes se transforman. En medio de un baile entre amigos, los locos apuestan por las relaciones y los encuentros. Todo queda relativizado por la cercanía del fin.
Por mucho que el Adviento nos invite, año tras año, a mantenernos expectantes ante la venida definitiva de Jesucristo, no tengo muy claro que saquemos todas las consecuencias cotidianas que implica esta certeza. Esperar en un final de la historia en el que la Palabra tenga la última palabra y en el que el Padre reine en plenitud nos tendría que permitir relativizar muchas preocupaciones, vivir con menos miedos, priorizar las relaciones personales… ¡y “bailar” la existencia como si no hubiera mañana! Sí, quizá se trate de estar un poco menos cuerdos y algo más locos ¿no?