El domingo, dando una vuelta con Arturo, un compañero de comunidad, subimos al Sacre Coeur, uno de los santuarios más visitados de París. El ruido de fuera era bastante ensordecedor entre artistas callejeros (algunos buenos), música, gritos de bullicio…
Pero en el santuario, hacia el centro del mismo, fue haciéndose el silencio, discreto y aumentando a cada paso hacia el altar. Estaban con la Exposición del Santísimo y unas monjas, de creación más o menos reciente, cataban las vísperas, dirigidas por un sacerdote con capa pluvial. Y nos sentamos y entramos en ese silencio solemne.
Contentos de lo vivido, nos fuimos a comer un helado a Montmartre. Y paseando por detrás de la basílica me dijo Arturo si quería que visitásemos un pequeño Carmelo que estaba situado muy cerquita. Allí nos dirigimos, nos abrió la portera y nos comentó que la comunidad estaba en vísperas. Allá fuimos.
Una capilla pequeñita y austera, pero acogedora y cálida. Unas carmelitas que cantaban sin mucho boato, pero con el alma. Y el silencio también se fue abriendo camino. Un silencio distinto al de la gran basílica: delicado, hermoso, feliz… Con la humildad de andar en verdad de las herederas de Teresa de Jesús.
Yo me quedo con este último silencio.
Si subís al Sacre Coeur no dejéis de preguntar por ese pequeño Carmelo silencioso.