LO NUEVO DEL MANDAMIENTO DE JESÚS

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El evangelio del quinto domingo de Pascua habla de un mandamiento “nuevo”. El mandamiento del amor era bien conocido, puesto que todo buen israelita lo recitaba cada día, en un texto que significativamente comienza así: “recuerda Israel”. Lo que cada día debe recordar Israel es que debe amar a Dios con todas sus fuerzas (Dt 6,5). También los buenos israelitas conocían la otra cara del amor a Dios, a saber, el amor al prójimo, según el precepto bien sabido del libro del Levítico (19,18): “amarás al prójimo como a ti mismo”. Más aún, la coordinación entre estos dos mandamientos la realizaban algunas corrientes de la época. Surge así la pregunta de dónde está lo nuevo del mandamiento de Jesús.

Son tres las novedades que aporta el mandamiento que Jesús dejó a los suyos. Mientras que los mandamientos de la ley de Dios son “amar a Dios” y “amar al prójimo”, el mandamiento de Jesús, “su” mandamiento, añade un matiz al amor al prójimo: el prójimo debe ser también amigo. Jesús había enseñado a las multitudes “el amor al enemigo” para imitar así el amor universal del Padre, que no conoce fronteras. El amor al enemigo es el caso extremo de la universalidad del amor. Pero cuando Jesús deja de dirigirse a las multitudes y abre su corazón a los suyos, enseñándoles lo más propio del amor, o sea, la intensidad e intimidad del amor, el amor con el que Jesús siempre ha amado, “su” amor, entonces habla de amor recíproco. En la comunidad de Jesús no hay enemigos, porque los miembros de su comunidad se aman “los unos a los otros”. Es lo propio de la amistad. El amigo es amigo del amigo.

Segunda novedad: Jesús califica este mandamiento “suyo” (“mi” mandamiento) de “nuevo” porque el amor al que están llamados los discípulos debe ser una imitación del amor que Jesús tiene por ellos: “este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Y como el amor de Jesús llega hasta el don de la vida (Jn 15,13), así debe ser el amor entre los hermanos: cada uno está llamado a dar la vida por el hermano (1 Jn 3,16). Podríamos todavía profundizar un poco más y añadir que el amor con el que Jesús nos ama es un amor semejante al que el Hijo tiene por el Padre y el Padre por el Hijo: “como el Padre me ha amado así os he amado yo” (Jn 15,9). El amor que Jesús tiene por nosotros es el mismísimo amor intra divino. Por eso el amor mutuo de los discípulos es divino.

Tercera novedad: si este amor es divino, entonces todos los que lo contemplan, lo sepan o no lo sepan, contemplan el mismísimo amor de Dios. De ahí que este amor sea no sólo el signo del cristiano y la prueba de que somos discípulos de Jesús, sino el mejor modo de dar testimonio de él. Así se comprende que “para que el mundo crea” en Jesús como el enviado del Padre (Jn 17,21) es necesario que contemplen este amor mutuo de los discípulos.