viernes, 26 abril, 2024

LO MICRO Y LO MACRO

(Fernando Torres). Hace poco estuve comiendo con un amigo que se mueve mucho en el asesoramiento de institutos religiosos en cuestiones financieras. Digamos que ya nos conoce desde hace tiempo. En un momento de la conversación hablamos de lo micro y lo macro. Me dijo algo así como “vosotros, los religiosos y religiosas, sois muy buenos en lo micro pero muy malos en lo macro”. Se refería obviamente al mundo de la administración. En su opinión nos manejamos muy bien en la administración de las pequeñas cosas, las compras de cada día. Ahí hacemos generalmente una administración cuidadosa, controlamos bien. Pero parece que en lo “gordo”, en lo grande, en lo macro, nos perdemos un poco.

Me hizo pensar y me recordó a un texto del Evangelio, uno de esos en los que Jesús apostrofa sin remilgos a los fariseos, rompiendo con esa imagen un poco dulzarrona de algunas imágenes actuales. “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!” (Mt 23,24). La expresión es fuerte pero diría que se puede aplicar a nuestra realidad.

A veces, se controla con mucho cuidado que religiosos y religiosas entreguen sus cuentas personales con todos los tickets y justificantes. Se supervisa el detalle. Y se pone el grito en el cielo cuando un religioso o religiosa gasta dinero en cine o cosas parecidas. A veces, en las comunidades se racanea en la calefacción o en la alimentación. Todo ello llevados de un espíritu de austeridad. No quiero criticar ese espíritu aunque a veces esos controles son claramente excesivos y denotan, como ya he dicho en otra entrada, una cierta falta de confianza.

Lo malo es que todo eso se hace mientras que nos tragamos el camello y pasamos imperturbables ante gastos “macro” que dejan nuestras economías temblando para años: construcciones innecesarias, siempre con el argumento de las necesidades pastorales, que no les damos ni tiempo para que se amorticen/usen, antes de reformarlas para un nuevo destino. O bien, recursos disponibles que no se utilizan adecuadamente y que se mantienen sin uso durante años. Hay comunidades religiosas en el centro de las grandes ciudades donde cada miembro de la comunidad dispone de más de 100 metros cuadrados (entre habitaciones vacías, pasillos y salas enormes y sin uso). Se podría calcular el despilfarro con solo entrar en internet y verificar el coste del metro cuadrado de alquiler en esas ciudades y en el barrio donde está esa comunidad.

Pero no pasa nada. Parece que eso no tiene nada que ver con la pobreza. Ni con la buena y cuidadosa administración de los recursos de que disponemos en orden a la misión. No hay urgencia para tomar decisiones en ese sentido.

Y así se confirma que “colamos el mosquito pero nos tragamos el camello”. O, como lo decía mi amigo de una manera mucho más fina, somos muy buenos en lo micro pero no lo hacemos bien en lo macro.

 

 

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