También estos días estoy siendo testigo de diferentes acontecimientos capitulares. Búsquedas ejemplares del querer del Espíritu para nuestro tiempo. Signos, por más que se presenten ambiguos, de la vitalidad de la vida consagrada. Hay vida, se comparte y regala y se busca que tenga porvenir. Hay nuevas tensiones evangélicas, búsquedas de horizontes y, a mi parecer, renovada valentía para ponerle nombre a las cosas. También son espacios para la renovación de los servicios de animación y liderazgo. Sin duda el aspecto más complejo al que necesariamente la vida consagrada debe dedicar reflexión y decisión diferente en los próximos años.
Estamos condicionados por el espacio y el tiempo, y se nota. Seguimos temiendo, terriblemente, ponerle foco a la verdad de no pocas ofrendas y decisiones. ¡Seamos honestos!, circula mejor por nuestras venas y textos la afirmación «en espíritu de fe» que «por buscar el poder». Aunque desgraciadamente estas segundas razones están demasiado presentes y condicionan la vida.
Tanto en los cursos como en las asambleas la preocupación por el liderazgo es notable. Se intuye que buena parte de las condiciones que imposibilitan un desarrollo comunitario satisfactorio están dependiendo de quién puede y debe ser eje de participación y diálogo; de quién debe encarnar el papel de «posibilitador» de fraternidad. De quien, en definitiva, hace el compromiso ante Dios y ante los hermanos o hermanas de dejarse guiar por las bienaventuranzas sin glosa. Sin duda alguna, el «termómetro» mejor de cansancio o desgaste nos los revelan los cansancios explícitos que presentan buena parte de quienes ejercen el liderazgo en este momento. Por eso, el itinerario para el tiempo próximo pasa por la formación y acompañamiento de quienes no tienen otra misión que acompañar. Porque, ciertamente, no tienen otra misión y la gravedad está en confundir una misión de totalidad que es la atención a las personas (a todas las personas) con la representatividad de la institución que frecuentemente se pierde en derroteros de reunión, protocolo y significación. Se asoma al espectáculo y se desvirtúa la íntima vinculación con quienes están buscando a Dios en la comunidad –como él o ella–.
Cuando algo pasa frecuentemente llegamos a pensar que es lo normal y hasta conveniente y se manifiesta en hechos como el que describo. Hace no mucho un superior general pasó por una provincia. No tuvo tiempo para dialogar con el superior provincial de su congregación pero, sin embargo, se desvivió para conceder una entrevista en un medio de comunicación. Lo peor no es el hecho en sí, porque evidentemente un superior o superiora general está para ofrecerse a sus hermanos o hermanas, lo peor es que no nos demos cuenta del «descentre» del ministerio. La confusión de espacios, la concesión al espectáculo, el olvido de la proximidad como lugar privilegiado para hacer posible la complicidad con el Espíritu. Por eso, cuando hay personas que buscan determinados cargos, uno tiene derecho a preguntarse ¿Qué buscan?¿Servir a sus hermanos o hermanas? ¿Ensanchar la tienda? O construirse una tienda propia gracias a la donación y buena voluntad de los suyos…
No nos engañemos, las cosas no están tan mal como apuntan quienes les cuesta reconocer «que el sol sale todos los días». Pero tampoco están tan bien. No sirve el no pasa nada, porque sí pasa. Cada quien está «jugándose» lo mejor que tiene en esta «partida» maravillosa que es la donación evangélica. Pero algunos se cansan de participar. Prefieren no formar parte del espectáculo y empiezan a tener convicción clara de que, por supuesto, no son tan malos por no hacerlo. Algunos están empezando a poner nombre a las cosas y los sentimientos; a las acciones y decisiones. Han dejado de malgastar la palabra discernimiento para referirse al capricho; o generosidad para disimular el protagonismo. Algunos ya no usan la fe para tapar la búsqueda de poder. No son pocos y pocas los que están emocionados con palabras no nuevas, pero sí de nuestro tiempo, como «periferia», «encuentro», «sinodalidad» o «ecología». Estos han descubierto que, quienes las viven, no siempre las «cacarean» en este espectáculo cansino de convertir la vida en noticia.