María Luisa Berzosa, FI,(Consultora de la Secretaría General del Sínodo, Italia). Así nací, la primera de cuatro hermanos, junto a otra mujer y dos varones; hijos de maestra y maestro, en un pequeño pueblo de la llanura castellana (provincia de Valladolid).
Precisamente por el trabajo de mis padres, desde que abrí los ojos a la vida pude observar que ambos hacían las tareas de casa y ambos se ocupaban de nosotros: aseo, alimentación, tareas escolares. En casa aprendí a rezar y a conocer a Dios, más por actitudes y valores que por palabras. Crecemos juntos con espontánea normalidad, nunca con negativas o prohibiciones, más bien con “mandatos” positivos.
Vida muy austera, pero no faltaba lo necesario, prioridad: educación, dejando otras cosas; estudiamos en internados con becas. Bachiller en colegio de Jesuitinas.
Con 18 años entro como funcionaria administrativa en el Ministerio de Información y Turismo; mis compañeras tenían 35-40 años, todas mujeres; los jefes, todos varones; entro en relación con el mundo homosexual porque trabajaba en la dirección general de teatro. Era un tema tabú, no se hablaba pero todo se sabía y pude asistir a las mejores obras teatrales, a pesar de la censura, y relacionarme con todo tipo de personas presentes en el mundo artístico.
Cuando alcanzo la mayoría de edad ingreso en la Congregación de las Hijas de Jesús en la que se me dio como regalo, después de hacer los primeros votos, una formadora que fue maestra de vida, una mujer profundamente humana y enraizada en Dios también desde lo más hondo.
Muchas palabras suyas me han marcado profundamente y me han ayudado como mujer: “sé tu misma siempre, aunque tengas que pagar un precio y procura no perder nunca tu libertad”; cuando nos explicaba los votos: “no hemos renunciado a amar ni a ser amadas, es de otra manera, pero no menos real”… y mi conclusión es un deseo hondo de vivir así mi consagración, abierta, sin miedos, con la posibilidad de enamorarme y volverme a plantear mi camino.
Transcurren los años y voy descubriendo la espiritualidad ignaciana como una luz que me susurra al corazón: “éste es el modo de ser mujer y cristiana y consagrada, –es tu modo–”, todo está integrado, todo me armoniza y me da la posibilidad de realización plena como mujer con una clara opción célibe.
Descubro también que puedo ser consagrada sin dejar de ser mujer, es más, que este modo de vida religiosa me permite una realización plena como tal, con una fecundidad no biológica sino del corazón, un descubrimiento maravilloso que me cambia por dentro y por fuera y que me saca de la duda de ser estéril o algo parecido, cosa que me horrorizaba. Todo se integra en mi ser femenino, también mis luces y mis sombras, pero éstas no me frenan, se nivelan con lo positivo y camino serenamente con esa mezcla que soy.
Porque me siento invitada a esa opción y respondo en libertad, asumo también libremente buscar lo que Dios va queriendo para mí con otras personas, no es la obediencia de mandar/obedecer, sino que buscamos y asumimos juntas la decisión que no puede dejar de ser personal. También voy optando por el uso compartido de todo, sin posesiones propias, en disponibilidad de mi persona, mi tiempo, mis dones. Y descubro poco a poco la comunidad como lugar donde vivir la con-vocación con otras mujeres llamadas por el mismo Señor. Y así esta forma de vida es un gran espacio de libertad, a favor del amor y de la entrega, de una manera totalizante.
Voy a estudiar a Roma en plena primavera post-conciliar y vivo con pasión los grandes debates en todos los ámbitos eclesiales del momento; después mi vida laboral transcurre en los colegios de la congregación pero siempre con otros trabajos fuera de los mismos, como el Movimiento de Educación Popular “Fe y Alegría”, en Argentina y en Italia.
Y ahora, en esta etapa maravillosa que es la jubilación, tiempo de fiesta y de descanso, de júbilo, agradezco el pasado; acojo con apertura el presente y ofrezco mi futuro. Y no me alcanza el tiempo para dar gracias:
-Por ser y sentirme mujer plena, fecunda y fecundante.
-Porque cada día sigo recibiendo la invitación a vivir en la congregación como Hija de Jesús, “mi casa universal”.
-Por el tiempo que me ha tocado y me toca vivir en la Iglesia: Concilio Vaticano II, otras etapas de más oscuridad y sufrimiento, nuevo despertar hacia una Iglesia sinodal, el regalo inmenso de haber participado en dos sínodos.
-Por sentirme amada y llamada por mi nombre por el Dios Padre-Madre que siempre me susurra al corazón: “no temas, yo estoy contigo”.
Termino con una síntesis apretada:
Un título: Mujer apasionada por la vida y por mi ser de educadora.
Un sueño: Un mundo y una Iglesia de inclusión para toda diversidad.
Un deseo: Mantener viva la esperanza y el sentido del humor, para seguir apostando y aportando desde dentro, con todas las consecuencias.
¡Gracias a la revista Vida Religiosa por esta oportunidad!