«LAS AURORAS SIEMPRE SE PAGAN CON PUESTAS DE SOL» (K. RAHNER)

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(Rino Cozza). No se puede negar que «las grandes intuiciones fundamentales encuentran dificultades para verterse a otras intuiciones de la realidad sociocultural y eclesiástica de hoy»1.

A la vida religiosa le ha sucedido que, habiendo creado a lo largo de los siglos un pensamiento que no le facilitó aprender nada nuevo, hoy se encuentra en un continuo pensar acerca de un mundo construido sobre idealismos ideológicamente cerrados, fruto de una formación secular entendida como una re-apropiación, una profundización, una confirmación tranquilizadora del conocimiento adquirido que no afecta a las venerables figuras históricas.

Sin embargo, vivir es diferente a sobrevivir: es abrirse a perspectivas progresivas, es disfrutar del vino nuevo. Esta capacidad reside en la voluntad y la fuerza que se encuentra tras adquirir la conciencia de ser prisioneros de una visión superada de uno mismo  y del mundo, que la ha llevado a estar desalineada con respecto a la historia, con el peligro, según escribe A. Castegnaro, «de no ser interesante más que para los coleccionistas de recuerdos»2.

Mirando el museo arqueológico de las doctrinas abandonadas, nos damos cuenta de que el cambio, en muchos campos, no es un desastre, sino un fruto maduro de la historia3.  Este pensamiento también se encuentra en las palabras del Papa: «En lugar de agotarse, la vida carismática de la Iglesia encuentra constantemente nuevas formas»4. Aquí, el adverbio «constantemente» quiere decir que cada meta en el cambio adquiere significado si acepta inmediatamente ser perennemente evolutivo.

En verdad, se lleva a cabo mucha innovación; sin embargo resulta improductiva, pues, a lo sumo, consiste en parches de tela nuevos sobre un vestido desgastado. Un padre provincial, un año después del capítulo general de su instituto, dijo: «uno tiene la impresión de que, cuanto más se cambia, es más de lo mismo». Esta parece ser la consecuencia ineludible de la poderosa y misteriosa tendencia isomórfica de la vida religiosa, también debida al hecho de que el límite de la mayoría de las estructuras actuales de gobierno es, paradójicamente, el de gobernar, en lugar de formar «unidades de crisis», como debería suceder cuando se presentan emergencias fuera de lo ordinario. Gobernar, en mayor medida, significa pilotar con referencia a una «norma»; por tanto, regular, normalizar, definir, todo ello son cosas útiles, en tiempos, precisamente, de normalidad; si bien es verdad que un exceso de todo esto hace que el proceso de elaboración de propuestas reales para hoy sea imposible. Por ello, la capacidad de gobernar no se mide por las «declaraciones», sino por los procesos que logra implementar.

 

1 Vigano E. inVita Consacrata n.5-2004

2 A.Castegnaro, Giovani in cerca di senso, Qiqajon, Magnano 2018, 112.

3 A.Melloni, Quel che resta di Dio, Ed.Einaudi, Torino 2013, 50.

4 5 ott.1994.