La vida está en aprender a Jesús

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El hecho es que sólo quiero hablar de Cristo Jesús, de aquel a quien confieso “Señor mío y Dios mío”, aquel a quien reconozco como mi salvador, mi redentor, mi luz, mi vida.

Sólo quiero hablar de él; pero en realidad eso significa que quiero escuchar sus palabras, fijarme en lo que hace, imitar su vida, seguir sus pasos.

También lo podríamos decir así: queremos comulgar con él, queremos que él sea en nosotros, que él viva en nosotros, que él ame en nosotros, que él continúe en nosotros su lucha contra el mal que aflige a la humanidad.

Por el misterio de la encarnación, fue él quien buscó primero esa comunión con nosotros, ese encuentro con los necesitados de salvación.

No hay fe cristiana si no reconocemos la comunión de Cristo Jesús con nosotros y nuestra comunión en Cristo con la humanidad entera.

Las dos pertenecen al corazón de nuestra fe: la “comunión de Cristo Jesús con nosotros”, y “nuestra comunión con la humanidad”. Pero ninguna de ellas sería posible si la palabra comunión se quedase fuera del vocabulario del amor, fuera del amor que Cristo Jesús nos tiene, fuera del amor que Cristo Jesús nos pide tener a toda la humanidad: un amor verdadero, eficaz, poderoso para expulsar demonios; un amor humilde para dar a beber un vaso de agua a quien tenga sed.

En las costas de Almería el mar está arrojando a las playas cadáveres de hombres, mujeres, niños, que son cuerpo de Cristo, que son nuestra propia carne.

En lo que va de año, en el mar que une África y las Islas Canarias han muerto o han desaparecido más de 1.900 personas, hombres, mujeres, niños, que son cuerpo de Cristo, que son nuestra propia carne.

No veo cómo podamos ser creyentes sin solidaridad con las víctimas de la iniquidad fratricida, de la indiferencia deshumanizada, de la violencia homicida.

Esa solidaridad no debiera resultarnos difícil. Pero la fe nos pedirá mucho más: reclamará nuestra vida para la salvación de los verdugos, de los que esclavizan, de los que crucifican, de los que asisten al espectáculo, de los que desprecian el dolor de los crucificados.

“En esto hemos conocido el amor de Dios: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”.

Esa es nuestra vocación: Amar a todos, como Jesús. Salir en busca de todos, como Jesús. Dar la vida por todos, como Jesús.

Cristo Jesús es la ley perfecta, el precepto fiel, el mandamiento verdadero. Él es descanso del alma.

Para nosotros la vida está en aprender a Jesús, en comulgar con Cristo Jesús, en ser de Cristo Jesús.

Ojalá escuchemos hoy su voz. Que él abrace hoy con nuestros brazos a la humanidad que sufre. Que él se ofrezca hoy en nuestras vidas a los necesitados de salvación.

Feliz comunión con el amor de Dios en Cristo Jesús.