jueves, 28 marzo, 2024

Discípulos en movimiento y búsqueda

No es difícil hacer un paralelismo entre la vida y una barca. Esta, en ocasiones, navega por donde efectivamente quiere. Otras muchas, si no hay destreza en el timón, discurre por donde el viento la arrastra. En nuestra vida hay trayectos exactamente iguales: algunos bien programados y, otros, que se saltan cualquier programación porque son los acontecimientos quienes nos llevan y dirigen.

Arranca un nuevo curso, de nuevo, incierto. En él, ya más fuertes ante la pandemia, nos atrevemos a programar, fijar objetivos y planear propósitos. Sin embargo, es importante que unido a ello estemos en clave de providencia y libertad. El Espíritu nos ha preparado este tiempo justamente para ello. Y los cristianos hemos de ser artistas de la libertad del Espíritu, esa es nuestra originalidad. Por eso, se me ocurre que este curso podemos tener bien desplegadas las velas de la barca de la vida, para que el viento del Espíritu nos saque de la parálisis y nos desplace allí donde quiera, donde seguro nos encontraremos con la creatividad y la transformación.

Si pudiéramos poner nombre a las velas de nuestra barca, alguna de ellas se llamará oración. Así nuestro inicio de curso puede incidir en esa búsqueda sincera de lo que Dios quiere. Estoy hablando de hacer nuestra vida más contemplativa y abierta a un Dios que, ante todo, es escucha de nuestra realidad.

Otra vela es la humildad. Porque si algo es abiertamente contrario a la fe es la arrogancia o la soberbia habiéndonos creído, en algún momento, mejores o superiores a los demás. La humildad nos habla del abrazo de la propia vida y propia historia y además reconocer que en los pasajes más confusos nunca nos abandonó la cercanía del Padre.

Otra vela es la confianza. Después de esta preparación tan particular para la navegación como está siendo la pandemia, hemos podido perder este valor. El miedo nos ha hecho muy precavidos y temerosos. Sin embargo, navegar con el Espíritu nos devuelve una confianza explícita. Volver a creer que es posible empezar algo nuevo, nunca cerrar puertas o zanjar relaciones. Nunca descartar a quien es diferente, piensa o vive de otro modo.

Y, sobre todo, hay que desplegar la vela que nos posibilite vivir el momento presente. Abandonar el ayer que siempre es engañoso porque nos habla de aguas en calma y felicidad imposibilitando la navegación hacia las aguas de este tiempo donde, sin embargo, nos espera y nos quiere Dios. Ponernos en sintonía con el momento actual es para todos nosotros un ejercicio de fidelidad y creatividad para la misión. Somos discípulos en movimiento y en búsqueda, lo nuestro no es recordar, sino soñar; no es guardar, sino compartir; no es proteger, sino arriesgar.

Así, con las velas desplegadas, comenzaremos un curso nuevo. Incierto, es verdad, pero nuevo porque dejaremos que sea el Espíritu quien lo guie.

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