[Misa del día]
Lo hemos celebrado con una vigilia de fe, en familia, en la comunidad eclesial; la casa de la Iglesia se nos llenó de alegría, porque “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” y, en ese niño, es el Señor en persona quien consuela a su pueblo; en ese niño, Dios nos rescata; en ese niño, nuestro Dios sale a dar batalla al mal que nos esclaviza.
Ahora, en la misa del día de Navidad, la liturgia, como si quisiera tatuarlo en la memoria, va repitiendo un estribillo de fiesta: “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”.
Primero lo escuchamos como palabra de promesa divina: “los confines de la tierra verán…”.
Inmediatamente, el salmo responsorial da testimonio de que la promesa se ha cumplido: “los confines de la tierra han contemplado…”.
Y la antífona de la comunión deja entrever que hoy, al comulgar, somos nosotros esos confines de la tierra que contemplan la victoria de Dios; hoy somos nosotros las naciones a las que el Señor revela su justicia.
Ahora, Iglesia amada de Dios, ya puede la fe elaborar variaciones sobre el tema que has memorizado: la victoria y la justicia que has contemplado es la “Palabra de Dios hecha carne”; tu victoria y tu justicia es la Palabra eterna de Dios que, haciendo plenos los tiempos, se hizo por ti temporal; tu victoria y tu justicia es aquella Palabra que en el principio estaba junto a Dios, la Palabra que era Dios, la Palabra en la que estaba la vida y en la que, por la encarnación, empieza a estar la muerte; tu victoria y tu justicia es un niño, y se llama Jesús.
El que se revela en Jesús es un Dios indefenso, como un niño recién nacido: y lo mismo que se le puede adorar y colocar amorosamente en un pesebre, también se le puede ignorar, se le puede buscar para matarlo, se le puede obligar a huir, y terminaremos comprobando que lo podemos matar.
Nuestra victoria es un Hijo que nos muestra el rostro humano de Dios; nuestra justicia es un niño en el que Dios se hace nuestro de modo que podamos llevar su peso; nuestra salvación es una palabra en la que Dios se nos dice y se queda sin más palabras que decir ni más bendición con que agraciarnos.
Un Dios vulnerable y vencido, la Palabra de Dios hecha carne, ésa es la victoria que hoy contemplamos.
Vuelve, amada, vuelve a ese mensaje tatuado en tu corazón, vuelve y contempla la victoria de tu Dios.
La contemplarás si abrazas a Cristo Jesús escuchando su palabra: “Habla mi amado y me dice: «Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente». Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias cesaron, se han ido… las viñas en flor exhalan su perfume: «Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente».
La contemplarás si abrazas a Cristo Jesús en el sacramento de su vida entregada: comunión con el que hoy ha nacido para ti, con el que te amó hasta el extremo, con el que por ti murió y resucitó.
La contemplarás si abrazas a Cristo Jesús en ese cuerpo suyo que son los hermanos en la fe.
La contemplarás si abrazas a Cristo Jesús en ese cuerpo suyo que son los pobres.
No dejes de recibir a Cristo Jesús, y no dejarás de contemplar la victoria de nuestro Dios.
Feliz Navidad.