La trasmisión de la fe necesita la pluralidad. La que permite a cada persona ser quien es y quien Dios quiere que sea. La comunión no quiere cálculos ni miedos; no necesita formalismos ni palabras a media voz. Huye de las medias verdades, le gusta mirar de frente y no tiene doblez. Se apoya en la libertad y el diálogo porque necesita a las personas. La comunión se encarna en la vida y no en los proyectos ni cálculos. Es el antídoto ante el consumo y la ficción. Se palpa en la solidaridad y la mano tendida. Dios es comunión.