La taza de café. Salir al encuentro del otro

0
375

Manuel Ogalla, CMF

Misionesro Claretiano, Harare (Zimbabue)

Hace ya bastantes años tuve la gran suerte de bucear entre las páginas de un libro espectacular escrito por el periodista polaco Ryszard Kapuściński. Una verdadera obra maestra de antropología social ofrecida con gran belleza literaria, así como con la sencillez y el realismo que enamoran a todos los lectores. El título es ya de por sí sumamente elocuente e inspirador, “Encuentro con el otro”1. Todo el libro transpira un anhelo inagotable por entender la profundidad de lo humano, una invitación vibrante a dejarse interpelar por la mirada de cada hombre y cada mujer que se cruza en nuestro camino, un salto valiente al misterio que encierra la persona concreta que tenemos enfrente y que, de una manera o de otra, nos rescata de nuestro ensimismamiento. Para llevar a cabo esta aventura, Kapuściński propone un reto aparentemente nimio, pero tremendamente evocador, salir de uno mismo. Este es el común denominador sosteniendo la veracidad de cada encuentro. El ser humano está llamado a dejar atrás las trincheras psicológicas que nos encarcelan y nos aíslan temerosamente de toda apertura a la novedad que se nos ofrece “desde fuera”, más allá de nuestra zona de confort –superficial y egocéntrica–.

Hoy, casi dos décadas más tarde, este reto sigue estando vigente en todos los rincones de nuestra sociedad, en todos los vericuetos de nuestro día a día y en todas las latitudes de nuestra aldea global. De manera que la vida religiosa no está al margen de ello. También nuestras comunidades adolecen de este mal endémico que carcome y debilita la naturaleza comunitaria de nuestra vocación. Es triste constatar cómo a menudo hacemos de nuestras comunidades simples pisos compartidos entre solterones donde cada uno tenemos nuestros horarios particulares entendidos como feudos blindados, nuestras tareas pastorales concebidas casi como cotos privados de caza y nuestras habitaciones convertidas en pequeñas fortalezas infranqueables. No es difícil vislumbrar cómo cada vez con más frecuencia se van imponiendo en nuestras comunidades ciertas tendencias, hábitos y costumbres individualistas que reducen los dinamismos fraternos a la mínima expresión: una oración mecanizada y mirando constantemente el reloj; un desayuno rápido, de pie y en silencio; un tiempo de recreación bajo la batuta dictatorial de la televisión…

Frente a este plano inclinado que condena a la vida religiosa a un individualismo desbocado, necesitamos una palanca existencial que invierta esta tendencia e introduzca un dinamismo aperturista que nos haga salir de nosotros mismos e ir al encuentro del otro. Sería un tanto ingenuo pensar que esta conversión profunda puede realizarse, de la noche a la mañana, simplemente con un recetario de deseos piadosos o un manual de buenas prácticas. Las categorías vivenciales de salida y encuentro se fraguan desde la toma de conciencia de nuestra radical vulnerabilidad, desde el arduo proceso de crecimiento en constante autodonación, desde la llamada a descentrarse de sí para centrarse en Dios… Con todo, no es baladí atreverse a dar un primer paso con un pequeño ejercicio. Os propongo la estrategia de la taza de café, una herramienta, tan sencilla como eficaz, para hacer de nuestra comunidad un verdadero hogar habitable.

Hay un momento especial en medio de toda ardua jornada. Un momento que quizás pasa desapercibido, pero del que podemos hacer una plataforma privilegiada para tejer la urdimbre de fraternidad que anhelamos. Es el momento del café. Ya sea a media mañana o a la hora de merendar, este rato de pequeño receso, de desconexión necesaria y vivificante, puede ser también el trampolín que necesitamos para abrir las puertas de nuestro cuarto, de nuestro despacho, de nuestro estudio… en definitiva de nuestro mundo, y salir al encuentro del otro. Esta estrategia que os propongo consiste sencillamente en el atrevimiento de ir a la puerta de tu hermano o de tu hermana e invitarle a compartir contigo una taza de café. El simple hecho de generar un espacio humano de proximidad, de espontaneidad sin guiones preestablecidos, de conversación distendida y coloquial, se puede convertir en acicate de fraternidad y fuente de confianza mutua. Este gesto sencillo permite alterar la estructura antropológica viciada que nos aliena y nos distancia del hermano, introduciendo una nueva clave hermenéutica para entender la vida en común, la relación, la cotidianeidad… La clave de la comunión. Tomarnos juntos una taza de café envuelve el deseo implícito, incluso la necesidad2, de hacer al otro partícipe de mi historia, de mis búsquedas, de mi realidad.

Compartir una taza de café no es, ni mucho menos, el final sino el detonante de una dinámica transformadora. No es perder el tiempo ni banalizar la relación, sino invertir en humanidad. Compartir una taza de café puede ser la excusa perfecta para abrirnos al misterio del otro. Compartir una taza de café puede llegar a convertirse en sacramento de una vocación compartida y una vida sinceramente fraterna.

 

1 Barcelona: Anagrama, 2007. Título original Ten Inny, publicado en 2006.

2 “Hay una necesidad que canibaliza al otro y lo instrumentaliza en función de los vacíos propios. Pero hay una necesidad que podría expresar nuestra propia estructura antropológica como profundamente relacional, donde el otro es necesario para la configuración del yo propio” (Serafín Béjar. Cristología y donación. Ha aparecido la gracia de Dios. Sal Terrae, Maliaño 2024, 132).