¿QUÉ ES HOSPITALIDAD? (Consuelo Rojo, Adoratriz).
Hablar de hospitalidad es hablar de una virtud según la cual no consiste solo en tratar bien, con amabilidad al prójimo, sino que contempla, además, la asistencia y la atención de todo aquello que necesita. Por ello, hospitalidad en el vida religiosa, nos habla no solo de una virtud o cualidad por la cual somos invitadas las personas consagradas a ser amables sino, sobre todo, a vivir, ser y estar con una exigencia, un compromiso y un estilo de vida muy concreto; aprendiendo cada día a escuchar con el corazón, abiertas a revisar y discernir las prácticas comunitarias, viviendo en austeridad, haciendo justicia, con el deseo de que todos los seres humanos accedan a una vida digna y reconociendo la huella y la presencia del Dios vivo entre su pueblo.
Si atendemos al libro de la vida, desde el inicio, en el Génesis: se nos invita a salir al encuentro, oteando el horizonte, viendo más allá, entregando lo mejor, acogiendo y tratando bien, en la «tienda», lugar frágil que se quita y se pone con facilidad porque hay que cambiar. Job nos dice “ningún extranjero pasaba la noche afuera, abría mi puerta al caminante”. Se nos presenta una clara invitación a estar y ser en el lugar donde se necesita la hospitalidad. Y además en una sociedad como la nuestra, donde nada permanece, donde el cambio se sucede con mucha rapidez y con velocidad de vértigo, y en la que nuestro ser y estar nos lo jugamos en cada instante, en cada acontecimiento, en cada circunstancia.
La historia de la Iglesia comenzó con una conversión del corazón y de las costumbres. Hoy la vida religiosa está llamada a cultivar la sensibilidad de la empatía con nuestros hermanos empobrecidos y con nuestra hermana Tierra: curar y cuidar todo lo que nos rodea con actitud de gratitud y admiración, con el deseo de que todos los seres humanos accedan a una vida digna. Compartir con quienes carecen, haciendo justicia y teniendo compasión.
Es un ser y estar con ojos y corazón abiertos para ver más allá; en la vanguardia, para reconocer y arriesgar allí donde el grito es más lacerante; a vivir en itinerancia de corazón, “sin lugar fijo”. Es en la frontera real de nuestros barrios, de nuestras calles, de nuestras ciudades; en definitiva, desde nuestro “sur” desde donde se ve dónde y qué es necesario.
Siguiendo con el recorrido en el libro de la vida, en Mt 25, 35-36 encontramos: “porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era inmigrante y me acogisteis; enfermo y vinisteis a verme, estuve desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” A través de estas palabras, Jesús, nos invita a hacer lo mismo, ser y estar de un modo muy concreto en el mundo, siendo y viendo en hospitalidad permanente y errante.