Ya hablé de estas urgencias hace unos meses (En tiempos de desastre y El cálculo de las pérdidas), pero el asunto es tan grave que urge ponerlo en el centro de la agenda de los gobiernos.
Basta con hacer unas cuentas, aunque sean provisionales ahora mismo, para darse cuenta de la que se avecina. No es que vayamos a tener pérdidas. Es que van a ser unas pérdidas monumentales.
Probablemente esas pérdidas no se den en las economías de las comunidades. La vida económica de las comunidades es muy limitada. En su mayor parte los ingresos provienen de las pensiones y estas no han conocido merma durante la pandemia. Incluso los ingresos provenientes de las actividades, de los religiosos que trabajan en colegios, hospitales, etc, se han mantenido inalterados. A nosotros no nos han afectado los ERE’s. Todo sigue más o menos igual. La sensación de los religiosos y religiosas de a pie es, como siempre, que la crisis afecta a los demás. Surgen sentimientos de misericordia y compasión y deseos de compartir. Pero a nosotros no nos afecta personalmente.
Lo malo se da en el otro lado de la luna. Las actividades, los colegios sobre todo, se han visto muy afectadas. Ya hace tiempo que no eran una fuente especial de ingresos. Creo acertar si digo que en la mayoría de los institutos religiosos los administradores se sentían felices con que los colegios lograsen no tener pérdidas en lo referente a los gastos ordinarios porque ya se sabía que las inversiones siempre son un problema. Para eso no hay reservas. Si eso era así, ahora con tantos meses de vacío, con la desaparición de las actividades complementarias, de los comedores, etc, resulta que los colegios no cuadran cuentas y los números rojos empiezan a aparecer. Y son abultados.
Dado que el movimiento económico suele estar del lado de las actividades, el conjunto está tocado. La economía de la provincia o instituto se ve muy afectada, gravemente afectada. No se puede seguir, como tantas veces se ha hecho, mirando para otro lado y pretender continuar haciendo lo mismo de siempre como si nada estuviese sucediendo. Por eso decía al principio que o cambiamos ahora las inercias, o nos planteamos cambios radicales, o el hundimiento está cerca. Este iceberg de la pandemia es demasiado grande y nos ha tocado de lleno.
Cuando venimos de una situación de relativa prosperidad como la que hemos vivido los institutos religiosos durante los últimos treinta años, es difícil cambiar el chip y hacerse a la idea de que estamos en una nueva situación radicalmente diferente, que hay que repensarlo todo, desde las inversiones financieras a las inmobiliarias pasando por cuestionarse cómo se está haciendo la gestión de nuestras actividades/empresas, que no pueden estar en pérdidas continuas porque ninguna congregación dispone de un pozo inagotable de dinero para cubrir esas pérdidas.
Me decía un amigo que los religiosos somos muy buenos en lo micro pero nos perdemos en lo macro. Tenía razón perdemos tiempo contabilizando el ticket del autobús pero no somos capaces de hacer una buena gestión de nuestras obras que lleve a ajustar los gastos y a incrementar los ingresos. Para que esas obras, expresión del carisma congregacional, puedan seguir siendo viables incluso en situaciones de crisis como la que vivimos. Quizá porque ahora son más necesarias que nunca y no podemos permitir que mueran por una mala gestión.
Por todo esto, atención a la que se avecina y dispongámonos a esos cambios de actitud y de acción en la gestión de nuestras obras.