La pugna entre lo local y lo global afecta a la reestructuración

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Y aunque nos hagamos globales, guardaremos lo local, y deberá cuidarse que todos los hermanos y hermanas tengan alguien cerca

(Sor Gemma Morató Sendra, OP.), 30/08/2021.- Aquí en mi tierra siempre se ha dicho que quien pierde las raíces pierde la identidad y creo que de una manera u otra todos tenemos dentro este sentimiento, más o menos consciente. Este es uno de los factores para tener en cuenta en lo que desde hace demasiado tiempo las congregaciones llamamos “procesos de reestructuración”.

Digo demasiado tiempo porque casi ya ni tiene sentido el proceso ya que las circunstancias actuales obligan irremediablemente a tomar ciertas decisiones. De todos modos, son muchos los institutos que están haciendo esfuerzos por simplificar estructuras, sea por falta de efectivos o por otras necesidades algunas fruto de dicho momento.

La cuestión es que hay hermanos y hermanas muy reticentes y defienden a capa y espada su territorio y no dan el brazo a torcer para “unirse” a otras estructuras congregacionales, se sienten amenazados, tienen miedo de perder libertad, de no dominar, y sobre todo quieren defender lo local, aquello que les es propio, lo suyo, no por egoísmo (algunos quizás sí) sino por ser fieles a su historia y sienten como si todo esto les fuera a ser arrebatado. Aquí entran muchas cuestiones: la propia tradición, de dónde se proviene, cómo se llegó a esa estructura, qué hizo sufrir, quién queda de esa época, la propia manera de ser y de hacer… ¡Vaya! eso que en una época se trabajó tanto, lo de la inculturación (respetar, defender lo del lugar, la cultura de ese pueblo) y que ahora ha llevado a la interculturalidad (reconocimiento mutuo, diálogo entre las culturas), tan necesaria, tan bonita, a veces difícil, pero que nunca puede borrar lo propio de un pueblo, de un grupo, su historia tejida de risas y lloros, de fracasos y éxitos, de camino hecho, trazado, de pies cansados…

Por eso, a la hora de “unir o simplificar” —en sentido de hacer más sencillo, más fácil o menos complicado algo— estructuras no valen únicamente los discursos de necesidad acuciante o los discursos de comunión o espirituales —que también deben darse pues al fin y al cabo todo es querer de Dios—, debe además valorarse muy profundamente lo propio, el terruño de aquellos hermanos o hermanas que tienen una historia concreta, alegre y dolorosa, una manera de hacer y pensar, sin entrar aquí en problemas de legislaciones, fiscalidades o lenguas distintas que también debe sopesarse, aunque es más fácil de soslayar pues hoy el mundo es global. Es muy importante ante estos procesos de reestructuración, o de cambio simplemente, cuidar mucho esa dignidad que tiene cada grupo, cada tierra, cada pueblo, cada estructura… Por eso, la pugna entre lo local y lo global afecta a la reestructuración.

Teniendo en cuenta todo esto, no podemos obviar que tendemos a lo global, ya hace mucho tiempo que se entró en la globalización mundial y ahora las congregaciones deben simplificarse, ya no puede sostenerse tanta división estructural. Unos lo harán haciendo camino, dialogando, rejuntando lo que ya había estado junto, para unos será fácil, dentro de una misma tierra, con un mismo estilo, con alegría e ímpetu por ser más y ampliar horizontes; para otros será más complicado pues la nueva estructura deviene transnacional y habrá reticencias de diversa índole… sea de una u otra manera, siempre se hará teniendo presente que nadie debe engullir a nadie.

Habrá que buscar nuevas formas, modos y nombres, nuevos gobiernos que no recuerden a lo que había. El nombre hace la cosa dicen algunos, por tanto, se extinguirán las provincias, viceprovincias o regiones… aunque muchas congregaciones ya no tienen ni dichas estructuras y todo depende de un gobierno general y algún que otro delegado.

Habrá que buscar nuevas formas, modos y nombres, nuevos gobiernos que no recuerden a lo que había. El nombre hace la cosa dicen algunos, por tanto, se extinguirán las provincias, viceprovincias o regiones… aunque muchas congregaciones ya no tienen ni dichas estructuras y todo depende de un gobierno general y algún que otro delegado. Será momento de hablar de espacios, áreas, ámbitos o continentes, de dar nombres hasta bonitos como el espacio mediterráneo o el ámbito del pacífico, o como ya en algunos institutos es tradición, dar a un territorio nombre de una advocación de una Virgen o de un santo cercano o propio del lugar… Miles de cosas distintas pueden surgir, no es eso la creatividad de la que tanto se habla. Pero “unir o simplificar” no es “igualar”, no es perder ningún valor sino ampliarlos.

Y aunque nos hagamos globales, guardaremos lo local, y deberá cuidarse que todos los hermanos y hermanas tengan alguien cerca, no vale un gobierno a lo lejos, porque siempre, siempre, la cercanía y el acompañamiento deben primar, y más en tiempos de mudanzas.

En algunos lugares, guardando esa dignidad de cada grupo, habrá seguramente que dar un golpe de timón desde bien arriba para que algunos cedan, pues se habrán empecinado en lo suyo, lo local les pesará y tenderán —defendiendo su manera y hasta su economía al igual que pasa en el mundo— a extremos que no dejan ver el fin de la cuestión, en este caso, el bien de la congregación.

Si no hay nuevas iniciativas, caeremos en lo de siempre, dejar pasar el tiempo sin pena ni gloria, para entonces sí asumir quien pueda lo que quede, y normalmente cada vez queda menos. Decía en mi artículo anterior, “antes muerta que sencilla” y para algunos sigue vigente. Es tiempo de actuar.